Con los amigotes,
Que me tira Sancho Panza
Más que Don Quijote.»
Rosendo Mercado en el tema El acogote del disco Lo malo es… ni darse cuenta (2005).
Los embustes que vienen repitiendo desde hace años los que viven de ello al respecto de una alianza del PSOE con una o varias fuerzas a su izquierda (nunca producida como pacto de gobierno a nivel estatal, tampoco en 1993 cuando González a pesar de sumar con IU prefirió negociar con Pujol, y Guerra tuvo que callar) son innumerables, pero hay tres de mayor calado cuyo arte se sustenta únicamente en la técnica goebbelsiana de la reiteración: que no se produjo el sorpasso del 20-D de 2015 que estimuló la cloaca de Interior —policial y parapolicial, tuitero-judicial y paraperiodística— contra Podemos, Unidad Popular y resto de confluencias (Anguita se había desgañitado clamando por la candidatura conjunta y contra las «malditas siglas» ); que la culpa de no sumarse a un acuerdo avalado por las élites y escenificado por dos trileros como Sánchez y Rivera fue de Iglesias (cuando éste delegó la adhesión en las bases por suponer el rol de paria la ruina política de líder y partido podemitas por la vía rápida); y que el partido psocialista de (in)comprensibles bandazos es todo corazón y no conserva veneno entre sus filas tras el golpe de mano del 28 de septiembre de 2016 que derivó en el besamanos a su antagonista al que se negó a acudir el actual presidente en funciones.
Lo que me lleva a pensar, junto con la manifiesta voluntad de los votantes de toda la vida de retirar el voto al histórico partido (en el chasis ideológico) si no se produce el acuerdo progresista, que las manejadas encuestas a las que apelan tanto el sumidero publicitario como los analistas que terminan entablando amistad clientelar con el transcurso de los años, podrían recobrar la senda de la falibilidad (la desacertada previsión del CIS sobre los resultados de Vox para las elecciones andaluzas convino para el posterior voto útil en las generales) si finalmente se celebrara la segunda vuelta. Y que son estos comulgantes con el statu quo los que muestran síntomas de agotamiento y no los ciudadanos que han desconectado hace tiempo del insufrible ritmo mediático que fomenta la desmemoria a largo y medio plazo posibilitando la amortización de las ramas corruptivas así como la distracción de las máculas derivadas de votaciones en sede parlamentaria y pactos rocambolescos —de las que son menos presas las fuerzas del cambio.
Por contra, si hay que confiar en los partidos tradicionales para frenar las descabelladas aventuras populistas, y tan fiable es que el bipartito salga reforzado de una repetición electoral, ¿por qué no se apuesta por mejorar la proporción en los hemiciclos de las cámaras legislativas? ¿Desde cuándo le ha preocupado al poder económico el cansancio del electorado (cuestión en la que no paran de incidir sus voceros) más allá de la pérdida de validez de la indecisión? ¿Y va el partido ahora encumbrado a contemplar algo diferente a un «desatasco político» por parte de sus opositores? Lo que conduce asimismo al cuestionamiento de la dependencia de las entidades financieras y a la evaluación de su influencia, con ciertos guiños apuntando a forzar pasivamente la rentabilidad económica de las viejas fórmulas partidarias con el endeudamiento derivado de una nueva campaña, a pesar de un más que probable —en ese caso— apaño de los PGE para las nuevas subvenciones a los partidos sospecho que insuficientes para cubrir gastos, incluidos los cloacales (y calderilla en comparación con las decenas de miles de millones anuales en que se estima la corrupción en este país). O cuando menos, y puesto que el partido que tiene por primer vocal a nuestro Querido Albert parece haber decidido jugar sus bazas crediticias a medio plazo, lograr una nueva pérdida de maquillaje del búnker o gran coalición social-demócrata-liberal-cristiana, cosmopolita a nivel europeo y patriotera en el ámbito local, con J. Borrell encarnando a la perfección la jefatura de la diplomacia interterritorial.