Estados globalizados

«Dicen que cuando se acerca la hora de la muerte uno empieza a creer en Dios. A mí me pasa todo lo contrario, cada día que pasa tengo más pruebas de que Dios no existe. Lo que existe es la religión y en su nombre se cometen las mayores atrocidades del mundo.»

Narco en el tema Tu Dios de madera del disco Talego pon pon (1999).

La América que tanto gusta de mojigaterías y que ha perdido todavía más el norte por dejar de ser la primera en el orden global, trata lamentablemente ahora de «mantener la grandeza» —como amenaza el eslogan para la reelección presidencial de Donald Trump— mientras el resto del ámbito anglosajón no puede ocultar sus dudas al respecto de desmarcarse de su órbita o bien secundar el imperialismo contemporáneo. Neoimperialismo que no busca apropiarse de unos recursos que a fin de cuentas ya gestiona, sino mantener a parte de los pueblos en permanente situación de crisis (en el Caribe, con la complicidad de Colombia, Brasil y la Guayana de hábitos británicos, en el Gran Oriente Medio y en el Oriente Extremo, fundamentalmente en el sudeste asiático, como límites de su geoestrategia), con la colaboración necesaria de grandes potencias que garantizan alianzas noratlánticas por vía de la intimidación. Es por ello que les conviene la restauración del anticomunismo en regiones como la hongkonesa —donde regresa siempre el fugitivo fiscal—, agravando protestas motivadas por una futurible ley de extradición a China sin razón de perseverar una vez reconocido el fracaso de la propuesta por la Jefa Ejecutiva de la excolonia del Reino Unido (desde 1997 y hasta 2047, junto a la exposesión portuguesa de Macao, «un país, dos sistemas»). Dicha rehabilitación no sería necesaria en Indonesia, donde es delito (penado con hasta 12 años de prisión) formar en valores progresistas incluso al objeto de que menores descalzos dejen de colectar residuos del primer mundo.

 La «trama rusa», susceptible de haber maquinado la llegada de Trump a la Casa Blanca —y un hipotético chantaje a sus consejeros desde el Kremlin— por la filtración de WikiLeaks tras el hackeo durante las presidenciales de 2016 de los emails del bando demócrata, más partidario de la [semi]globalización económica, propició tanto la detención de Julian Assange en la embajada ecuatoriana en Londres —una vez granjeado el vasallaje de Lenin Moreno— como la pérdida del control de la Cámara de Representantes (y por poco del Senado) para el ala republicana del águila calva tras la celebración de la elección de medio mandato, cuando es renovado el cargo de los congresistas (por dos años) y una tercera parte del Senado (cada dos años, con un mandato de seis). Debilidad de los inclinados por el aporofóbico [semi]proteccionismo aprovechada para traer a la primera línea al grupúsculo neoconservador de la esfera judía, temeroso siempre de una contracultura izquierdista y con absoluta indolencia para apoyar a republicanos o demócratas (a la que se tiende en los sistemas, por hache o por be, bipartidistas), reforzando la querencia intervencionista en el Departamento de Estado con la designación para la cuestión venezolana del colaborador en la intentona golpista contra Chávez de 2002 y suministrador de armas a Irán en la contienda contra Irak (indultado por Bush padre después de utilizar los ingresos para financiar la contrarrevolución nicaragüense), Elliot Abrams.

  Tres meses después del nombramiento del halcón, el descubrimiento de la traición ‎del jefe del servicio de inteligencia bolivariano precipitó los acontecimientos en Venezuela con el «pequeño alzamiento militar» —como rotulara el ‘atresmedia de izquierdas’— que liberó a Leopoldo López de su reclusión domiciliaria el 30 de abril y que retransmitieron con lujo de detalles los medios del régimen afín a los opositores (el del «¡Por qué no te callas!») que terminara acogiendo al faccioso en su embajada caraqueña (y corriendo con los gastos). A la operación acudió el autoproclamado y reconocido presidente por las potencias europeas, Juan Guaidó, que se sirvió de la difusión del evento para hacer un desesperado llamamiento al levantamiento militar que no se produjo. Previamente y tras su gira por feudos favorables al antichavismo, a la gafe esposa de López que recientemente apoyara a Macri en las primarias argentinas, le habían sido decomisadas cuatro cajas repletas de bolívares, al cambio 66 años de salario mínimo (170 si se tiene en cuenta la restricción mensual de metálico), destinados según Lilian Tintori a afrontar gastos médicos urgentes de su centenaria «abuelita». Por contra, el Gobierno de Trump confiscaría 7.000 millones de doláres de dinero venezolano (garantizándose el cobro de bonos estadounidenses), sumados al inestimable monto derivado del bloqueo y a lo que el canciller venezolano Jorge Arreaza califica como hurto de activos (principalmente en el Reino Unido, aunque también en Japón y Portugal) por valor de 5.000 millones de euros. Un robo de tesoro de proceder idéntico a los de Irak en 2003, Irán en 2005 —devuelto en 2015 tras el acuerdo del JCPOA entre Irán y el P5+1— y Libia en 2011. La injustificable violación de la Convención de Viena con el allanamiento de la sede diplomática venezolana en Washington para reemplazar a sus ocupantes por representantes del presidente usurpador, junto a la inconcreción sobre la naturaleza del acogimiento del político huido a suelo español en Caracas, han obligado a desviar la atención potenciando divergencias con Irán y Hong Kong.

  La reserva de fondos para la industria militar, sumergida burbuja bajo titularidad del Departamento de Defensa estadounidense del que depende a su vez el presupuesto de la OTAN, dedicada en parte a la vigilancia masiva —también a países aliados y a sus dirigentes como revelara el exempleado de la CIA y la NSA, Edward Snowden—, ha convertido al Pentágono (y a la desestabilizadora Agencia) en foco mundial de la corrupción por las condiciones de opacidad. Sólo en Latinoamérica, entre 1948 y 1990, los Estados Unidos imposibilitaron el hermanamiento de las naciones con el derrocamiento de al menos 24 gobiernos: 4 empleando su ejército, 3 mediante revueltas/asesinatos orquestados por la CIA, y 17 instigando a las fuerzas locales a que interviniesen en golpes de Estado. Todo ello aureolado por una ficticia «ayuda humanitaria» que profundiza en la desesperación internacional por la utilización de las organizaciones supuestamente al margen de los gobiernos, inanes con las injusticias reconocidas y serviles en las confabulaciones como se constata con posterioridad. No es de extrañar la exhortación del Papa Francisco para el abandono del clericalismo asentado en América Latina tras la colonización en nombre de los Reyes Católicos.

  Atribuible al sionismo es la pretendida balcanización musulmana por medio del plan Yinon israelí (continuación de la geoestrategia del acuerdo Sykes-Picot de partición de la Siria otomana con la justificación de protección étnico-religiosa, extendida al norte de África con Sudán) bajo respaldo angloamericano y de las monarquías controladas por los sunníes en la península arábiga (quedando aislada la república del Yemen, en «crisis humanitaria»). Las organizaciones y agencias ahora bajo influencia neocon están históricamente relacionadas con la posibilitación de facciones terroristas como Al Qaeda, Jabhat al-Nusra (Frente de la Victoria para la Gran Siria) o Daesh, para operar por toda Eurasia, especialmente en Oriente Medio, así como con la manutención de tropas (y contratistas) en la zona con el fin de prolongar y agravar el caos, p. ej. en Afganistán (asegurando el mercadeo del opio). Sus muyahidines serían calificados de «freedom fighters» por los regímenes confesionales de Reagan y Thatcher durante la yihad contra el anticlerical marxismo nacido de la Revolución (afgana) de Saur en 1978, que depuso a la dictadura del príncipe golpista (nacionalista y anticomunista), tras la desmedida represión en abril (coincidente con el mes de Zawr del calendario persa) de las protestas pacíficas por el asesinato de un destacado militante del partido comunista PDPA. La respuesta de la CIA fue la Operación Ciclón con el reclutamiento de fundamentalistas islámicos (ejército talibán con el tiempo) y su formación militar en bases estadounidenses que derivaría en la organización Al Qaeda dirigida por el millonario saudí Osama bin Laden. El Consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, declararía años después que la secreta operación «incrementó a propósito la probabilidad» de intervención rusa ofreciendo la oportunidad de dar a la Unión Soviética «su guerra de Vietnam». Reseñar que no existe un solo caso de intervención de la OTAN en que la justificación de la actuación militar haya resultado probada: en Afganistán e Irak, la presumible responsabilidad en los atentados del 11S de 2001; en Libia, los inciertos bombardeos contra el pueblo; y en Siria, la supuesta dictadura de Bashar al-Ásad y de la rama alauita del Islam. Sirva para evaluación de la eficacia de las intromisiones, que en ninguno de los casos donde el gobierno fue derrocado, han terminado las hostilidades. Cabe destacar la resistencia de al-Ásad a la agresión imperialista norteamericana que legitima su presencia en Siria difundiendo propaganda del Estado Islámico.

  Es de sobra conocido el doble discurso que entrañan las cumbres geopolíticas como la que tendrá lugar en la localidad labordana de Biarritz (Iparralde o Pays basque français) el próximo fin de semana: uno el del programa público oficial y otro el que se produce de puertas adentro —no necesariamente entre los días 24 y 26 de agosto—. Y es previsible que el sostén económico de la OTAN o G-7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá) termine incumpliendo el guión de los avances de la conciencia social en su particular competencia con la Organización de Cooperación de Shanghái o nuevo G-8, cuyos miembros aportan más del 30% al PIB mundial tras la exclusión de Rusia del primer grupo en 2014 por el referéndum en la península de Crimea y su implicación en Siria. Junto a Rusia y China —de inadecuado desarrollo económico y desentendido compromiso ambiental como para formar parte del grupo de los países más industrializados—, integran la OCS, India, Pakistán y las mayoritariamente musulmanas repúblicas (laicas) de Kazajistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán, cuyas políticas comunistas de perceptibles logros en cuanto a las tasas de empleo y alfabetización durante el siglo XX, terminaron con la reclusión de la mujer y contribuyeron al abandono del burka y del velo islámico sobre el que ahora, por cálculo electoralista, evita opinar o defiende en algunos casos la socialdemocracia, el socioliberalismo o cualquier otra doctrina con el apelativo «demócrata» o «constitucional». Teniendo en cuenta la merma de practicantes según los estudios sociológicos, llama la atención que el pretexto común en los conflictos bélicos a día de hoy siga siendo un cisma étnico-piadoso vendido como tolerancia. Observando además cómo se ponderan los alborotos dependiendo de la pertenencia a un grupo o al otro, de la fe en un credo o en otro, amén de la indiferencia mediática sobre el anglicanismo como confesión oficial inglesa o el lema imperialista In God We Trust y la habitual fórmula norteamericana de Juramento de Lealtad importada por un concejal de VOX, crucifijo en mano que ya quisiera el doctor Van Helsing, coincido plenamente con quienes opinan que el relato, a nivel global, lo tiene ganado el intransigente bloque conservador.