Zumbido desfasado

Imagen: Dominio público. Anónimo de Rávena

«Parece imposible que un gobierno dirigido por los mejores ciudadanos no sea excelente, no debiendo darse un mal gobierno sino en Estados regidos por hombres corrompidos. Y recíprocamente, parece imposible que donde la administración no es buena, el Estado sea gobernado por los mejores ciudadanos. […] El principio esencial de la aristocracia consiste al parecer en atribuir el predominio político a la virtud; porque el carácter especial de la aristocracia es la virtud, como la riqueza es el de la oligarquía, y la libertad el de la democracia.» | Aristóteles, Política · Libro sexto, capítulo VI


I. Herramienta al servicio de la sociedad

La revolución neolítica, que propagara el hábito sedentario del ser humano desde la media luna trazada por las sombras y pastos entre el mar Rojo y el golfo Pérsico, y que despertara en nuestra especie su faceta productora —y consumidora— por medio de la especialización y el reparto de tareas, ha derivado, por una racionalización más técnica que humanística, en la insostenible mejora del rendimiento y el agotamiento de los recursos disponibles, tras la perversión de otorgar tratamiento de excelencia a la herramienta (y a la ciencia que pulimenta a huesos, piedras, metales…), en principio al servicio del hombre y la mujer, degradando consecuentemente el trato dado a la sociedad, etiquetada para uso y disfrute de las prioritarias finanzas —como mercancía arrojadiza, los agentes sociales, p. e.—. El negado Creciente Fértil en la segunda contienda mundial, por suponer pérdida de hegemonía geoestratégica para el canal de Suez y los estrechos de la península arábiga, y para los intereses occidentales defendidos tras la primera gran guerra por los mandatos recaídos en Reino Unido y Francia sobre las particiones dispuestas para la que fuera provincia de Siria bajo soberanía otomana (actuales Palestina, Israel, Siria, Líbano, Jordania y partes de Irak y Turquía), sigue hoy día ejerciendo de núcleo del progreso, en sentido negativo, con señales como la destrucción del patrimonio cultural que arrojaba luz sobre la civilización mesopotámica, por parte de la patología reaccionaria históricamente estimulada por el conservadurismo. O las redibujadas fronteras, una y otra vez, para los reinos del llamado Oriente Próximo, como la del indefinido emirato de Kuwait entre 1913 y 1922, y hasta su independencia en 1961, por el Reino Unido y la creciente teocracia saudita (su unificación más reciente es de 1932), estrangulando el acceso sumerio al Golfo y que, una vez finalizada la primera guerra mundial, recibiría la autonomía del imperio turco por gracia de los británicos, bajo cuyo protectorado y tras los hallazgos de petróleo (y de forma análoga con E.A.U., Baréin, Catar y Omán), quedaría capacitada para la producción y exportación de oro negro —y gas natural, libre o asociado—. Más reciente es el descubrimiento de crudo en la república de Yemen , último obstáculo de la península actualmente con trato de crisis huminataria y en fase de hidro-colonización , como el caso del cuerno somalí tras el amparo estadounidense que otorga los pases en el estrecho de Mandeb (y el de Ormuz) que separa Somalia del Yemen (y los emiratos unidos de Persia) y que comunica el mar Rojo (y El Golfo) con el Arábigo y el océano cuyo nombre honra la memoria del valle del Indo.

II. Aculturación interdependiente

Una alteración sistémica similar debió ocurrir cuando los hititas vieron en el hierro el símbolo perfecto de prosperidad —y de poder, por concentrar mejor el peso que la paja y que el resto de materiales conocidos—, quedando la cualidad fértil de los territorios ligada a la tenencia del preciado metal del momento, como demostraría la colonización de los asentamientos de la península ibérica, en proceso de aculturación a lo largo del litoral mediterráneo primero y en el interior después, o pugna por el abastecimiento que daría nombre de vías de la plata o del estaño a las acostumbradas rutas de pastoreo montañés (desde Turdetania hasta Callaecia, en la divisoria del Duero, y hasta los Pirineos) y mercadeo aborigen (de origen fenicio, llegados a partir del descubrimiento hitita por sendas direcciones mediterráneas: de Egipto, Libia y Melilla hasta los asentamientos tartesios, primero, y, por una ruta más compleja para la colonización de cabotaje, focceos desde Turquía, Grecia, del Jónico al Tirreno por el estrecho de Mesina, para, desde el mar de Liguria, al noroeste de Italia, acceder a Ampurias en el golfo de Rosas, después). Las conexiones intrapeninsulares fueron ya desentrañadas hacia 220 a. C. por los cartagineses (introductores de los sistemas mineros de explotación egipcios —ptolomeicos— en I-span-ya) para acceder a Salamanca y Toro desde Cartagena, pasando por Córdoba y ascendiendo por Extremadura, disponiendo que las vituallas para el sitio de Sagunto siguieran la que hoy sería —si terminara de existir— autovía del Duero , hasta alcanzar el valle del Ebro (o vía XXVII de Astorga a Zaragoza por Cantabria del Itinerario Antonino, hasta Tarazona por Soria, para después optar por Castejón al norte o Zaragoza hacia el sur continuando dirección levante hasta la costa, con el Íber entonces navegable desde Logroño hasta la desembocadura), por las buenas relaciones interterritoriales de vacceos y arévacos, de entremezcladas fratrías extensibles a las de los convecinos pelendones, berones, belos y titos, que, durante el episodio celtíbero posterior a la caída de Cartago, colaborarían con el suministro cerealístico en el levantamiento del bloqueo de los campamentos romanos. Por parte de los Bárquidas, el favorecimiento de lazos de lealtad entre los pueblos de la península y los de la costa africana punida por Roma, queda atestiguado tanto por los vínculos matrimoniales y familiares (de Aníbal con Imilce, de la aristocracia oretana, p. e.), como por el envío de miles de soldados escogidos —con oficio duradero, al fin y al cabo— desde Hispania hacia el norte de África y, recíprocamente, la recepción de otros tantos colonos libiofenicios, con asentamientos de nueva planta, y también de su cultura, entre Gibraltar y Cartagena, cerrando el círculo del mar de Alborán los hallazgos de monedas de plata de acuñación púnica (con una pureza del 96%), emparentadas con la ceca de Rusaddir (Melilla) y las minas de Qart Hadašt (Carthago Nova o Cartagena, bajo gerencia cartaginesa desde su fundación en 227 hasta 209 a. C.), y su transporte marítimo durante la talasocracia romana del Mare Magnum, Nostrum o en Medi Terraneum, según la óptica.

III. Aguas muertas y bajamar

Desde la montaña de Tāriq, la península pudo ir relativa y paulatinamente percibiendo, de modo similar a las idas y venidas del mar, el cíclico embate de oleados para una probable muerte, por motivo de la deformación del tráfico de intereses y en función del foco vencedor hacia el que rezar, a medida que sus gobernantes, beneficiándose del star-system del lujo, encaminaban los metales preciosos hacia los estamentos centralizadores en los que han devenido ahora el BCE, el FMI o la Reserva Federal estadounidense, capitalizadores de las concesiones sociales —o confianza otorgada por la ciudadanía en condiciones desfavorables— operando muy por encima de sus posibilidades de debida intervención democrática, precisamente para evitar cualquier giro copernicano, como sería admitir de una vez por todas la necesidad de emplear fuentes renovables que pinchen la burbuja petrolífera. O que Juancito, el infante de anuncio latinoamericano que gracias a las petroleras foráneas pudo pedalear por caminos indígenas embetunados, con mayor reconocimiento social que Naciones Unidas, proclame la moraleja sobre el rey Midas de Frigia (instigador de los levantamientos de los principados de Asia Menor contra Asiria, al que Aristóteles menciona en su Política), ¿a qué fines sirve un planeta alquitranado, sin agua potable y con un desregulado vertido aeronáutico de gases de efecto invernadero al aire?

  El afán por solapar los verdaderos acontecimientos del que forma parte la negación del agotamiento por éxito, hasta su reducción al absurdo por parte de los asfixiantes medios de la agenda de distracción 24/7 de la actividad del poder —zumbido desfasado en horario perpetuo de máxima protección de la opinión infantil—, no puede ya contrarrestrar la pérdida del atractivo cosmopolita (ahí está el creciente negocio del esparcimiento rural) para los ciudadanos de las grandes capitales europeas, donde la mayoría apenas se contenta con poder escapar, de vez en cuando, de la nube de polución acústica y mediática, quizás haciendo noche en las mansiones de Miaccum o Titulciam, paradores reflejados asimismo en el Itinerario Antonino (ruta XXIV), cuya correspondencia administrativa con los conventos jurídicos dejaría de establecerse en torno a los siglos IV y V, con la caída del régimen y el proceso de ruralización iniciado por los grandes señores de las villas hacia la Alta Edad Media, con el consecuente tránsito de familiares, invitados y séquito proveedor de comodidades, tornándose la balanza de habitabilidad en favor de las comunidades agrícolas del tiempo del uso del metal sin fines bélicos, hasta la llegada de nueva causa religioso-política herramental, que resolvería la jurisprudencia de los partidos judiciales del hierro y los concilios ganaderos, con la despoblación de las aldeas romanas por el método problema-reacción-solución, evolucionando las formas de colonato hasta el alquiler —y amortización— de la protección señorial, y el asentamiento en los caminos, hacia el período calificado como medievo bajo, de los albergues de la orden de Santiago (entre otras) como muestra de la particularidad hospitalaria del feudalismo —que malviviría hasta el envío del primer heraldo de la Mano Nera a las Indias Occidentales en 1492.

IV. El cisco del cisma

Siendo vox populi la demanda de autonomía de los individuos ante las necesidades de todo punto de vista, como la reducción de jornada —quizás para orar en épocas de cruzada fervorosa— o la complementación del resto anual para los temporeros —lo cual pasa por revisar los DD.HH. y los tratados ratificados —, si se quiere hablar de pleno empleo y de introyección de las regiones citerior y ulterior romanas en Hispania, circunscritas a la costa durante mandato republicano para completar la conquista peninsular con la división provincial del 27 a. C. por augustal mandato del Imperio, conviene recordar el establecimiento de vínculos estructurales, hacia el año 298, con el nombramiento de un vicario —asesorado por un megaduque—, para representar al Consejo de Estado (por mediación de sus duces) en cada una de las cinco provincias de la diócesis hispánica, dentro de la tetrarquía pergeñada por el káiser croata Diocleciano para el mundo conocido, primer gran cisma debido al tamaño alcanzado por el emporio —son sólo negocios— inherente a la amenaza de ruptura, con la persecución a cristianos en su máximo apogeo —hasta Constantino y la figura del colonatus—. Modelo territorial que sería aceptado por los visigodos, con sus diferencias imperiales en cuanto al centro de gravedad, dimensión de la milicia y número de centuriones a cargo de la misma, adaptando la nomenclatura con términos como duque y conde para los cargos de gobernadores de las provincias y ciudades —o conventos jurídicos—, y dando inicio a una diversificación de competencias militares y civiles en función de intereses puntuales, que iría corrompiendo el organigrama administrativo por el redoble de niveles y ámbitos burocráticos traducidos en impedimentos competenciales y menudeo de influencias. Procediendo de igual manera con el mapa de infraestructuras, hasta abandonarse las vertientes transversales orientadas a Roma con el sistema radial de carreteras matricentrista borbónico (Carlos III, 1761), reafirmado por Franco con la reducción del número de regiones militares una vez finalizada la guerra civil —simplificadas todavía más desde la instauración germánico-anglosajona del baricentro en Frankfurt am Main, primero a seis y, en último término, a dos zonas norte, una centro y otra sur—, sirviendo al objeto del bloqueo prolongado en el tiempo de determinados territorios desde El Pardo, bien por el aislamiento, de titos y arévacos p. e., frustrando la fusión de Celtiberia, bien por la tardanza de atención ferroviaria para astures, vetones y mastienos, a falta de recibir la contraprestación radial por los servicios de extracción minera. Otra panorámica de las interesadas conquistas político-territoriales, que históricamente han permitido asaltar las arcas centrales al político, incluso a su política, no necesariamente enramada al territorio o a las reivindicaciones sociales del mismo.

V. Manumissio in sacrosanta ecclesia

Y como todos los caminos conducen al desarme del individuo, sin oportunidad en el mundo de la sumisión del tiempo a lo económico-laboral, salvo padrinazgo y/o manumisión en sacrosanta iglesia, nos encontramos con el proceso de homogeneización de las condiciones de trabajo y de vida, consecuencia de la multiplicación del número de convenios y de ámbitos de negociación. Un divide y saldrás bien parado ya visto en el pasado y trasladado también a la judicatura y a la separación de piezas como las del caso Gürtel, donde nos hemos quedado sin ver, por la tradicional intercesión psocialista del ‘y tú menos responsable‘, el careo entre L. Bárcenas y M. Rajoy, en contra del supuesto típico del artículo 451 (y siguientes) de la ley de enjuiciamiento criminal. Y sin vis a vis entre los responsables de la gestión administrativo-parlamentaria y los titulares de los consejos de administración de las empresas concesionarias en la época —ménage à trois si se invita a un relatador del Boletín Oficial del Estado—. Sentenciados por el cuarto poder los «decretos dignidad» demandados por los subeuropeos de la Europa calafateada por el pasador hispano-italo-greco-otomano, procede cuestionarse al respecto de la canalización de los recursos del planeta, el cómo se llega a ascender para cargos de responsabilidad policial a torturadores acogidos previamente a amnistías e indultos, el por qué de la sistemática deformación del mapa de oleo/gaseoductos y fuentes de energía e información en todos sus ámbitos, o el cuándo de la inclusión en el sistema de abastecimiento acuático, piscícola y energético-alimenticio, de factores, especies y subastas que fomentara una gestión interesada en la red de pantanos y resto de fincas, calzadas y vías (públicas) —pecuniarias, en definitiva— de nuestra era de robaperas forzosos (en las civilizaciones precolombinas se destinaba la primera hilera de las fincas a este objeto). En el caso del poniente europeo, por empeño en mantener la irradiación sectorial de las carreteras peninsulares, ajustándose al ordenamiento militar dispuesto por el bando sublevado de mente cuadriculada, para mejor manejo de las concentraciones parcelarias y control del agua de los embalses. Quizás pensando en escenarios deportivo-sociales , a la manera de los retiros castrenses tan dignos y equiparativos como ejemplarizantes, mientras era anegado el patrimonio cultural de ciudades como Talavera la Vieja (también monumentos megalíticos como el dolmen de Guadalperal) o tramos como el puente romano de Vinuesa que comunicaba el arciprestazgo de Pinares con la diócesis cristiana de Osma (enmarcada inicialmente por los godos y mantenida en la archidiócesis de Toledo hasta su inclusión en 1861 en la de Burgos), entre las Clunia (Peñalba de Castro) y Voluce (Valdealvillo) de la iter antonina de la cuna del Duero —según Eduardo Saavedra, que de sociedades geográficas, algo sabía.

Et VI. Unión litúrgica

Referente cercano a la desaparecida Clunia es también el cenobio dedicado al santificado militar cristiano de la guardia pretoriana de Diocleciano, de nombre Sebastián, monasterio de Santo Domingo de Silos tras la reforma gregoriana que buscaba la unidad litúrgica y reconocía el ordenamiento cluniaciense (de Cluny, Francia) de los observantes de la regla de Benito de Nursia, asumiendo el derecho de los monjes a la libre elección de su abad y el riesgo o inconveniente jurisdiccional y de reparto de poder para el sistema feudal, de los prioratos, hasta el endeudamiento económico y/o espiritual de los herederos de las abadías benedictinas —la última conocida es la del Valle de los Caídos—, lo que demuestra la intervención de agentes externos en la autarquía monástica coincidentemente con la aparición de las órdenes militares y la oportuna financiación regular para las diócesis, devenidas en el arzobispado castrense y el insufrible clericalismo del que somos sujetos feudatarios. Permanente empeño en el enfrentamiento civil por vía de la demagogia barata —la que habla de nación y religión para silenciar las demandas sociales—, negando a la ciudadanía la posibilidad de un razonamiento político y filosófico crítico y radical, relativo a la raíz, que permita, además del cultivo de la tierra (agricultura) y el del espíritu (la regla benedictina del ora et labora), el de la mente y la palabra. Un regreso a la economía tercermundista, en sentido positivo, en lugar de contentarnos con el excedente de productos vírgenes de la espléndida tríada mediterránea nostrum, tomando como relación la autosuficiencia y los límites a la división del trabajo —indisoluble de telares productivos, como los tejidos entre hindúes y musulmanes en otro momento para no postergar más el Brexit en el Indostán—, y la autogestión de los sambenitados, por maravillosos, gaztetxes, ateneos, teatros de barrio y resto de centros, en sentido estricto, de la cultura. También tener presente en la educación aquello que decía Aristóteles sobre el cultivo de la música como un utilísimo medio de descanso —y de las ciencias de cálculo aritmético, comprensión algebraica y visión geometral como estrategia igualitaria.



«Nunca ha habido en Cartago cambios de gobierno, y, lo que es más extraño, jamás ha conocido ni las revueltas ni la tiranía. […] No toma sus reyes de una familia única, tampoco los toma de todas indistintamente, y remite a la elección y no a la edad el que sea el mérito el que ocupe el poder.» | Aristóteles, Política · Libro segundo, capítulo VIII