Identidad terrenal —y celestial

«Vosotros, pues, orad así: […] venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.»
Mt 6 9-10

El bloque conservador tirando a reaccionario, últimamente más papista que su particular papa Francisco —al que quieren desahuciar, por cierto, del espacio central frente a los altares católicos por no dar el rango según el propio derecho canónico —, o los nepotes de estos encastados vitalicios, no parecen tener claro, ya no cómo sacarnos, sino cómo salir ellos mismos indemnes del sistema que ya satisfizo en pantagruélica orgía todas sus necesidades vitales —incluidas las fisiológicas aguas mayores— y que en mayo de 2011 se identificó como «lo que no queríamos», en línea con lo que se nos vino transmitiendo por vía del CIS y la participada INDRA por Felipe González e hijo: lo que no, las preocupaciones; aunque no se liste entre las posibles, la forma de gobernar borbónica.

 El propio rechazo a todo cambio político, el apoyo incondicional a lo que no desde el búnker, denota el escaso —por no decir nulo— empeño en algo diferente al acogerse a sagrado y al sólo puede quedar uno de los inmemorables tiempos pasados (asimismo con la disputa de fueros sobre el terreno). También la reciente trayectoria, la de décadas y décadas, con el denominado juicio farsa como acto final de una cortina de humo sustituta o complementaria del conflicto vasco, confirma el doble juego y la indigerible comedia que se ha venido interpretando tanto desde el centro en el poder, como desde la parte homóloga en las periferias. Salvando a los movimientos de uniones populares —de proceder radical por exigencia moral— semejantes a los Gilets Jaunes como los comités defensores de la causa republicana o las plataformas ciudadanas de resistencia en los barrios, y, claro está, como las batallas dadas por los jubilados —tristemente estafados al final de sus días— y por las mujeres feministas, luchas que espero no admitan fisuras, y menos por motivos «liberales», y a las que se debieran sumar las dadas en otro momento por todos los colectivos dependientes de las ramas de la sanidad y la educación, sectores que un liberalismo coherente con la libertad individual y la tolerancia, al mismo tiempo que sensato con riesgos sociales como el aumento de la presión asistencial en los crecientes supuestos de urgente necesidad, debiera garantizar universalmente —quizás liberándose de los sindicatos concertados que tanta desconfianza disponen.

 Las redes sociales, en pleno proceso de expansión colonizadora del campo abierto absolutamente desprotegido en que consisten el «recurso escaso» del dominio público radioeléctrico e Internet (la desprotección acaba en la instancia última, el usuario y sus microchips instalados a voluntad; eufemismos como el internet de las cosas, las domóticas smart cities o la llamada nube —que no es otra cosa que equipos de gestión de datos al servicio privado—, no terminan de esconder las intenciones de la Nación Emprendedora —o soberana degradación, más bien, a Colonia Digital del país del Silicon Valley—), sirven por lo menos para enfrentar conceptos, no sólo ideológicos sino sectarios, que los medios, por pico del ala conservadora del PSOE, colocan en la nube tuitera, como el reciente «los que quieren fracturar la identidad territorial», que si bien suaviza el castizo «romper la unidad nacional» —expresión que también empleó la exportavoz de Ferraz en el Congreso, Soraya Rodríguez—, plantea la misma división entre fracturadores y fracturados que jalean desde el IBEX, quienes en la percepción más o menos simbólica de la restauración borbónica encuentran además la justificación para no hablar, precisamente, de la identidad estatal, esto es, de confesionalidad o laicismo. Y de la revisión de los acuerdos con los diferentes organismos internacionales, a rescindir o a suscribir, como los concordatos con el estado pontificio interdependiente, de los que España no es excepción en cuanto al origen fascista y su adaptación ‘democrática’ a finales de los años setenta y durante la década prodigiosa de los ochenta, o el que concierne a los derechos humanos de los trabajadores migratorios, no ratificado por nuestra admirable nación: «los trabajadores migratorios y sus familiares serán considerados documentados o en situación regular si han sido autorizados a ingresar, a permanecer y a ejercer una actividad remunerada en el Estado de empleo de conformidad con las leyes de ese Estado y los acuerdos internacionales en que ese Estado sea parte».

 Viniendo del búnker, los que quieren “fracturar la identidad territorial” sólo pueden ser el resto, los otros, dando por sentado que la percepción mediática de los ciudadanos y las ciudadanas, señoras y señores, sigue siendo la de la confianza ciega en el poder judicial, irreverente frente al resto de poderes y estamentos, especialmente desde la sentencia STC 31/2010 del Tribunal Constitucional que, según el Catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo, «desconoció la doble garantía establecida por el constituyente y, con ello, destruyó la Constitución Territorial». Sería síntoma de salud democrática y efectiva separación de poderes, que la prensa se pudiera expresar sobre la judicatura con igual libertad, y no necesariamente a través del desprestigio, con la que se dirige a los cargos o partidos votados —al fin y al cabo— por el pueblo soberano, sobre todo para no fomentar comportamientos que nos evoquen los de Gil y Gil con sus capataces —eso o que los políticos del pueblo se pusieran toga y tuvieran el mismo tiempo por la tele, en período electoral, que los jueces.

Ensimismado por la facilidad con la que traspasan fronteras a diario tanto capitales como bytes de información virtualmente anónimos aunque mundialmente reconocibles por la publicidad orientada a los intereses del usuario —e incluso del dispositivo—, veo pocos miramientos soberanistas para con las nubes y demasiado recelo sobre el terreno, abonado para que únicamente abunde la generosidad con lo que no, con las odiosas deudas y los flamencos palos. De manera alternativa a la atadura judicial y a los reales fueros otorgados por méritos pasados, la convivencia democrática entre diferentes territorios debe fundarse en derechos —que no privilegios, que disfrutan los menos—, como garantía; a cuenta de deberes, como compromiso, que se habrá de renovar en adelante, permanentemente. Con los mejores gobernando, y no en nómina de las pseudociencias privadas —inoculación dogmática de los productores—. Si se tomara ejemplo de esa forma de gobierno que parace no existir para los que sólo ven españoles en nuestra ordenación, podríamos al menos hablar de una cámara orgánica de representación territorial en lugar de departir sobre ministerios de unidad familiar.


Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijó: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.» Pero él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
Mt 12 46-50