Los pequeños detalles

Superar «el mercado»

Son los pequeños detalles, como la subida automatizada del volumen del continente audiovisual por excelencia, para la exhibición de lo que verdaderamente ocupa a los programadores televisivos (la insaciable publicidad hasta hace no mucho adversaria programática de los contenidos), los que me conducen por los recuerdos hasta la charla de un profesor universitario, ya jubiladísimo, al respecto de las percepciones sensitivas, la visual en el caso del arquitecto al que evoco. El cual decía, con otras palabras, que, por norma general, caminábamos por la vida sin detenernos a contemplar los rasgos de las cosas. En este sentido, por voluntario paro contemplativo y al respecto de los subvencionados medios de inoculación de masas (de todos ellos), cabe reseñar la efectiva —hasta la fecha— complementación de la venta subliminal con la inconsciencia de las crónicas políticas acaparadoras del día a día de los últimos dos años, a modo de gaseosa casera de dos sobres, que ha terminado desarrollando inmunidad y tolerancia en los buscadores de alimento político-cognitivo, que ahora cosechan en otros espacios. Y esto es, sin duda, el resultado, probablemente el logro, de determinadas actuaciones políticas.

  Todo ello mientras se baja el volumen de tratados y estudios que chocan con los intereses del imperio insuperable —hasta la fecha— del capital, fundido y confundido con el imperio de la ley, como los que conciernen tanto a la sobreproducción alimenticia —y sobreenvasado— (un 60% más de lo necesario) e insostenibilidad de nuestros ecosistemas con la escasez de agua dulce derivada de la obtención y consumo intensivo de carne como gran preocupación (según la plataforma Water Footprint Network son necesarios 15.415 litros de agua para producir 1 kilo de carne de vacuno), además de los efectos en nuestra salud de las dietas pensadas para optimizar el rendimiento metabólico y el aporte calórico en crecientes jornales laborales (agencias como la IARC o la OMS, evidencian la asociación de la ingesta de carne roja con los cánceres colorrectal, pancreático y prostático y clasifican la carne procesada como carcinógena). Cuando además se obvia que somos bichos al apelar a la vitamina B12 para defender el hábito alimenticio reinante, que sólo los organismos animales —como la especie humana— sintetizan, se cuestiona la imprescindibilidad de «hacer del propio estómago un cementerio» al tiempo que se refuerza la necesidad de superación de aquello que ha acabado denominándose «el mercado», amigos, en detrimento de las plazas de abastos. Y esta indicación es, exclusivamente, mérito de determinadas fuerzas políticas.

  Pequeños detalles como el ahorro empresarial en el envío de facturas, por vía de registros telemáticos, bajo la interesada justificación de protección medioambiental —hasta la fecha por debajo de la sacrosanta creación de empleo, antepuesta incluso a la ética humanitaria por sostener relaciones con dinastías como la saudita— a la vez que se prolonga el despilfarro en papeletas electorales especialmente por parte del bipartito que más dependencia del voto secreto mantiene (subvencionado por el Ministerio de Hacienda). Y que se vaya reduciendo la tabarra de la cuñadía españolista no es mérito ni de Rajoy, ni de Ferreras.

  Pequeños detalles como botones que se pulsan para salir prestas/os de páginas con información sobre protocolos de actuación en la denominada —hasta la fecha— violencia de género, así llamada para evitar que se caiga en la cuenta del terror infligido en el débil por el fuerte (homo o hetero y resto de posibilidades, macho o hembra y resto de posibilidades ), con las instituciones estatales como referencias destacadas, consistentes en una simple redirección de la persona usuaria violentada hacia el buscador de Google sin cerrar la sesión (pudiendo un hipotético agresor regresar a la URL en cuestión clicando el botón de navegación «Ir a la página anterior»), con el pertinente script que sí satisface las necesidades administrativas con el envío los datos de las cabeceras de la comunicación (hora, ip, mac del equipo, página de procedencia, etc.), denotando el objeto de la aplicación informática. Y esta es hazaña, otra más, de los partidos ‘pose’.

  Pequeños detalles como la obsesión por envasar en el ataúd político-institucional, recurriendo —hasta la fecha— al evidente y reiterado mangoneo de los errejonistas (es posible que no haya terminado), a Pablo Iglesias (y al rocoso pablismo) que no puede presentarse a todas las elecciones y en todos los territorios, cuyos resultados en el desplazamiento de la línea de equidistancia han sido, a mi modo de ver, plausibles. Y si no, piensen en el sentir mayoritario del año 2017 sobre «beneficio político, el suyo». Los resultados electorales, aunque menos relevantes para la felicidad (traducida en concordancia de pensamiento, palabra y sentimiento), denominada autocomplacencia por los autocríticos del resto, ya tal. Pero a los pablistas corresponde el merecimiento de denunciar la desvirtuación de resortes como el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo o las estimaciones del CIS abusando de técnicas como el efecto bandwagon de las apuestas a caballo ganador que tanto gustan en esta monarquía bananera. Suyo, del demérito y del inmérito, es el ministerio de rebajar tensiones con campechanía o generar desasosiego con preparación marcial.

  Es posible que el anhelado frente cívico tocara techo electoral en 2015 e institucional en 2016. Sin embargo, no se debe desconsiderar —y ha sido así hasta la fecha— el empoderamiento ciudadano que responde a la magistral (por proceder de Julio Anguita) propuesta de «forjar a la ciudadanía para ser un poder fáctico, lo mismo que el Banco de Santander». Y tampoco la premisa «si algo es cierto también puede ser cierto lo contrario», y si hay españoles que no odian a los catalanes, puede haber catalanes que no odien la unidad de la múltiple realidad. Del mismo modo que se pueden entregar las llaves de la capital cosmopolita por excelencia, con maestría y despreocupación por los costes electorales (también sin necesidad de votar lo mismo que los ex-CiU), a la izquierda republicana. Y este es el verdadero arresto.