Desfutbolizar la política

Hubo un tiempo no muy lejano, durante el primer mandato de J. L. Rodríguez Zapatero —sin haberlo vivido no es posible un juicio objetivo—, en que Vicente Vallés, antes que regurgitar juicios de valor en telediarios, presentaba el espacio de opinión La mirada crítica. Para el segundo mandato sería fichado como subdirector del 24 horas de TVE, tras cuatro notables temporadas (el escenario político de Telecirco sería ocupado por la Campos y, más tarde, por Ana Rosa). Por aquel entonces, el director de comunicación del Real, A. García Ferreras, hacía méritos para dirigir el clan moderado de Atresmedia. Hoy, los creadores de la agenda y los juicios mediáticos, los chiringuitos de propaganda, se mimetizan con quienes abonan sus nóminas para trasladar la responsabilidad a la sociedad civil POR TODO y por tiempos. Luego, sus respectivos partidos tienen la desfachatez de pedirle el voto a aquella —porque les renta—. Según el tiempo que dedican diariamente estos voceros en sus «informativos» (no digamos ya en sus debates sobre las preocupaciones sociales), nuestra sociedad sería mayoritariamente okupa, pirata, violenta, intolerante… Cuando es tremendamente sumisa. Si la sociedad fuera como muestran, se vería reflejado en las instituciones. Quizás sea así y por eso están parasitadas por okupas, piratas, violentos e intolerantes. Eso sí, con banderas igualitarias en ayuntamientos, parlamentos, cuarteles y palacios varios.

  Paralelamente blanquean y promocionan a una «sociedad y cultura» minoritaria por medio de programas de entretenimiento. Una alta sociedad emparentada con paraísos fiscales y acérrima defensora de las donaciones y la beneficencia para con las clases populares —panem et circenses—. Constatamos además que han estado silenciando durante décadas las tropelías de la monarquía, del mismo modo que las de cargos de las fuerzas armadas, de los cuerpos de seguridad del Estado y del clero que terminan saliendo a luz. ¿Dónde estaba esta información cuando se necesitaba? Sabemos también que vienen publicando fantasías militares, policiales y eclesiásticas sin investigación ni cuestionamiento alguno, complementando a la herramienta judicial (con o sin recorrido). Calumnias ya no hacia representantes políticos sino hacia la propia sociedad. ¿Vamos a dejar que continúen mangoneándonos? ¿Con subvenciones institucionales? ¿Seguimos con la agenda del poder económico? ¿Consentimos que resuelvan cuáles son nuestras preocupaciones? ¿No eran sobres, comisiones, amnistiados fiscales y recortes sociales?

  Progresar o «avanzar», como lo llama ahora el socioliberalismo (PSOE), ya no significa «mejorar, hacer adelantos» sino sobrevivir como buenamente se pueda. Los avances tecnológicos, la digitalización, se pone al servicio del poder económico para reducir costes —y aumentar beneficios—. La socialdemocracia (UPs, tachados delirantemente de comunistas) no afrenta al neoliberalismo europeo ni a la «democracia cristiana», a su beneficencia, su bancocracia, su renta básica, su mochila austríaca, su desarrollo compatible, su criba laboral-digital… La disyuntiva es repartir el empleo, auditar la deuda «soberana» (complicidad de los partidos transnacionales para perjuicio popular), digitalización al servicio de las personas (y no al revés), protección de lo común, aporte a la moral desde la sociedad, etc. La opción es el pensamiento propio. Hay alternativa en la ciudadanía, al margen de «ciencias» políticas, económicas, empresariales o de la información, y de tecnócratas nombrados y separados a dedo por los diferentes lobbies. Siempre al margen de adoctrinamientos dogmáticos, de meras creencias.

  Por ello no sirve el monarquismo del que es preso el bipartito —incluida la servicial disociación de Vox— y sus muletas, porque es justamente lo contrario: simbología sin contenido ni rumbo. Generalidades insidiosas, manipulación y más enfrentamiento de la vecindad. La alternativa es republicana. Los partidos se empeñan en ocultar la realidad a la gente (sin repartir el empleo el paro se disparará). Sus medios clientelares fomentan el hooliganismo (futbolizar la política) y la fe ciega en aquellos, que amoldan su programa al sondeo de opinión mediatizada. Si no gustan sus principios acogen otros. El liberalismo no es tal tras entrar en la plutocracia de la que los partidos participan; su línea roja es el sostenimiento de la desigualdad, mientras la de la progresía es la ausencia de libertad individual, la imposición de interesadas cuestiones sociales y morales. Se ha preferido una monarquía confederal y plurinacionalista antes que avanzar hacia una república unitaria (centralista o federal), básicamente por encadenamiento a los actos del monarca, tanto los relativos a su función como los concernientes a sus hábitos. El acolchado rey emérito, mirlo blanco de las monarquías europeas, talismán de los eventos deportivos, aún mueve pasiones, y concentra en los platós televisivos a una selección españolista de veteranos partidaria de reforzar la gobernabilidad del régimen del 78.

  El búnker va con todo —all in—. Una gran coalición, un gobierno de concentración, una reforma constitucional…, lo que sea con tal de no deslustrar el relato de la modélica transición y de la realeza por parte de expresidentes (tanto monta, Aznar como ZP), exministros (como Bono o Martín Villa) y exsindicatos (como UGT y CC. OO.). La farsa escenificada durante décadas por los partidos alternantes en el gobierno llega a su fin, sirvan como muestra los aspavientos del ejecutivo central con la Comunidad de Madrid en tiempos de un virus que «no entiende de fronteras» pero sí de política territorial. Si una gestión negligente de la pandemia por esta u otras comunidades fuera un riesgo para la salud —y esta fuera la prioridad— sería un despropósito no ejercer la potestad de conminar al territorio en cuestión o decretar el otrora necesario estado de alarma. La intención de los que equiparan fascismo capitalista con comunismo (o socialdemocracia) es clara, reunir churras y merinas en el aprisco constitucional, particularmente en torno a los títulos Preliminar y II que otorgan extraparlamentariamente al soberano el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Para ello es necesario tanto el marcaje en zona por banda izquierda como el marcaje al hombre (al volante izquierdo) de tiempos pasados. A donde va la socialdemocracia, allá que va su sombra para que no reciba. La pelota, en el tejado España Puede —dos lemas y un destino—, sólo puede circular a derecha. Hay que descongestionar, pero se desentienden del balón en el resto del campo.