«Mein glaube», el de Hesse


Cierto es que había muchos otros en mi misma situación; no estaba solo, a mi alrededor abundaban los hombres cuya vida entera era una lucha, una violenta afirmación del Yo contra el mundo circundante; para ellos la idea de la unidad, del amor, de la armonía resultaba extraña y absurda, porque toda la religión práctica del hombre consistía en una exaltación del yo y su lucha. Pero solamente los ingenuos, los seres fuertes e indómitos podían sentir bienestar en esta lucha; los curtidos por el sufrimiento, a los diferenciados por el dolor les estaba prohibido encontrar la felicidad en esta disensión, y sólo concebían la dicha en la entrega del Yo en la experiencia de la unidad.

 La clase de unidad que venero no es una unidad aburrida, gris, imaginaria y teórica, Por el contrario, es la vida misma, llena de acción, de dolor, de risas. Está representada por la danza del dios Shiva, que baila sobre el mundo hecho pedazos, y por muchas otras imágenes, pero se resiste a ser representada, comparada. Es posible entrar en ella en cualquier momento, nos pertenece siempre que carecemos de tiempo, espacio, conocimiento o ignorancia, siempre que desechamos los convencionalismos, siempre que nos entregamos con amor a todos los dioses, a todos los hombres, a todos los mundos, a todas las épocas.

 Para mí la vida consiste sólo en la fluctuación entre dos polos, en el ir y venir de un pilar del mundo al otro. Desearía subrayar continuamente y con entusiasmo la bendita diversidad del mundo, y recordar siempre que esta diversidad se basa en una unidad; querría poner continuamente de relieve que belleza y fealdad, oscuridad y luz, santidad y pecado sólo son cosas opuestas durante un momento y que siempre acaban fundiéndose entre sí. Para mí, las palabras más elevadas de la humanidad son las que señalan esta duplicidad con signos mágicos, aquellas sentencias y comparaciones, pocas y misteriosas, que señalan las grandes contradicciones del mundo como necesidad e ilusión a la vez. El chino Lao-tsé ha formulado varias de esas sentencias en las cuales ambos polos de la vida parecen tocarse durante una fracción de segundo. Más noble y sencillamente, con mayor claridad, se produce el mismo milagro en muchas palabras de Jesús. No conozco nada más emocionante en el mundo que el hecho de que una religión, una doctrina, una enseñanza espiritual propague durante milenios, cada vez con mayor sutileza y precisión, la lección del bien y del mal, de la justicia y la injusticia, que formule sentencias cada vez más elevadas, sobre la unidad y la obediencia, y finalmente culmine con el mágico reconocimiento de que ante Dios valen menos noventa y nueve justos que un pecador en el instante del arrepentimiento.

 Pero tal vez sea un grave error por mi parte, incluso un pecado, creer que deba dedicarme a anunciar estos sublimes pensamientos. Tal vez la desgracia de nuestro mundo actual resida precisamente en que esta altísima sabiduría se ofrezca en todas las esquinas; que en todas las iglesias del Estado se predique, junto a la fe en la autoridad, el dinero y el orgullo nacional, la fe en el milagro de Jesús; que el Nuevo Testamento, portador de la más valiosa y peligrosa sabiduría, sea vendido en cualquier tienda y propagado inútilmente por los misioneros. Tal vez sería conveniente ocultar y proteger con murallas los increíbles, audaces y hasta aterradores mensajes y profecías contenidos en muchas palabras de Jesús. Tal vez fuera bueno y deseable que el hombre, para enterarse de ellos, tuviese que sacrificar años de su vida y arriesgar su vida misma, como ha de hacerlo por otras cosas valiosas. De ser así (y muchas veces creo que lo es), el último de los novelistas obra mejor y más justamente que aquel que se esfuerza por expresar las verdades eternas.

 Este es mi dilema y mi problema, Se puede hablar mucho acerca de ellos, pero es imposible hallar la solución. Jamás conseguiré unir los dos polos de la vida, escribir sobre el papel los dos polos de su melodía, Por ello, seguiré la oscura voz de mando de mi interior, y me dedicaré a intentarlo una y otra vez. Esta es la pluma que impulsa mi insignificante reloj.

(1923)

 […]

 Los pensadores asiáticos, que son maestros de la síntesis, se ejercitan de modo periódico cultivan hasta la perfección, el juego intelectual de las consideraciones opuestas, ambas afirmativas, ambas concordantes.

(1926)

 La Navidad es una suma, un almacén de regalos de todos los sentimentalismos y mendacidades burgueses. Es un motivo de desenfrenadas orgías para la industria y el comercio, el artículo más sensacional de los almacenes, huele a hojalata lacada, a ramas de abeto y a gramófonos, a agotados carteros y chicos de reparto que murmuran por lo bajo, a alborotadas fiestas familiares bajo el árbol engalanado, a suplementos de los periódicos y a una gran publicidad; en resumen, a mil cosas que me resultan extremadamente odiosas y que me serían indiferentes y ridículas si no hicieran un uso tan lamentable del nombre del Salvador y del recuerdo de nuestros años más tiernos.

(1927)

 Del mismo modo que el «conocimiento», o sea, el despertar del espíritu, es calificado de pecado por la Biblia (representado por la serpiente del paraíso), así el proceso de convertirse en hombre, la individualización, la lucha del individuo por apartarse de la masa y alcanzar la personalidad es siempre considerado con recelo por las costumbres y la tradición, al igual que las discrepancias entre el joven y la familia, entre padre e hijo, que es algo natural y muy antiguo, son consideradas siempre por cada padre como una rebelión inaudita. Y por eso me parece a mí que podría concebirse muy bien a Caín, el criminal maldito, el primer asesino, como un Prometeo desfigurado, como un representante del espíritu y la libertad al que se castiga por su petulancia y osadía.

 No me importan lo que puedan pensar de esto los teólogos, ni si sería comprendido y aprobado por los desconocidos autores de los libros de Moisés. Los relatos de la Biblia, como todos los mitos de la humanidad, carecen de valor para nosotros mientras no tratemos de interpretarlos personalmente para nosotros y nuestra época. Sólo así pueden adquirir mucha importancia.

(1930)

 No soy representante de ninguna doctrina fija y establecida. Soy un hombre de cambios y transformaciones, y por eso en mis libros, especialmente en todo el Siddharta, junto al «cada uno está solo», aparece una confesión de amor patente en todas sus páginas.

 Seguramente no exigirá usted de mí que demuestre más fe de la que yo mismo tengo. He dicho varias veces con honda convicción que es totalmente imposible llevar una vida perfecta en el espíritu de nuestro tiempo. De esto no me cabe la menor duda. El hecho de que yo viva, de que este tiempo, esta atmósfera de mentiras, codicia, fanatismo y vulgaridad no me haya matado lo debo a dos felices circunstancias: a la gran herencia de responsabilidad natural que hay en mí, y a que puedo ser productivo aunque sólo sea en calidad de denunciante y adversario de mi época. Sin esto no podría vivir, y aun así mi vida es muchas veces un infierno.

 Mi actitud frente a la actualidad no cambiará mucho. No creo en nuestra ciencia, ni en nuestra política, ni en nuestro modo de pensar, de creer, de contentarnos, y no comparto ni uno solo de los ideales de nuestro tiempo. Pero no carezco de fe. Creo en leyes milenarias de la humanidad, y creo que sobrevivirán a toda la confusión de nuestra época actual.

 […]

(1931)



Fragmento de la obra de Hermann Hesse «Mein glaube» (1971). Publicado en España como «Mi credo» por Editorial Brugera (ISBN 84-02-04638-X, Depósito legal: B. 26.245 – 1977)