Por la señal de la Santa Cruz
De nuestros enemigos
Líbranos, Señor Dios nuestro.
Verificar la concordancia entre lo que piensa y dice el Estado, y lo que piensa y dice la nación (la mayoría de vecinos, que no necesariamente reconocen los procedimientos democráticos), es decir, comparar sus verdades, sería la prueba del nueve del comportamiento democrático de los mandatarios (que no necesariamente representan los intereses de la nación por diversos motivos). Si se aspira a «construir sociedades democráticas que sean justas, participativas, sostenibles y pacíficas» (véase La Carta de la Tierra ), el Estado tiene que transmitir la verdad al demos. O mejor dicho, tiene que transmitirle la verdad y además no manipular sus sentimientos con demagogia, haciendo posible su felicidad, que no se reduce exclusivamente al apetito sensitivo y que nunca va a estar exenta de inconvenientes; se puede ser feliz en la lucha y la prueba es la existencia de una clase dirigente que no deja de hacer la vida imposible a la clase dirigida para pegarse la vida padre. Y posibilitar la felicidad del pueblo, contarle la verdad y no mantenerlo ignorante sobre lo que ocurre de puertas adentro, dejarle obtener frutos y participar del árbol del saber, es algo que no está ocurriendo en los Estados y las Uniones de Estados económicas, militares y religiosas. Su comportamiento es claramente antidemocrático y lo demuestra el despilfarro en propaganda (con dinero fiado de las naciones) que no puede obedecer a otro objeto que el de encauzar beneficios atrayendo al número suficiente de adeptos por la práctica de nublar su pensamiento, su expresión y, en último ruego, su sentimiento.
Evaluando nuestro Estado de jefes de Estado vitalicios, veremos que el pensamiento, la expresión y el sentimiento de sus presidentes de Gobierno terminan discordando cada vez con mayor frecuencia con el pensamiento, la expresión y el sentir mayoritario de la nación. Y que basta el apoyo de una quinta parte del censo a una lista cerrada por el partido alternante postulado a elecciones generales, para granjearse a la mayoría de legisladores y que no se malogre la legislatura. Esto es, que el ejecutivo, indistinguible del legislativo e inseparable del judicial, empiece a legislar en lo esencial a golpe de Real Decreto-ley visado por capital expatriado después de regar de dinero a socios, clientes y voceros, toda vez que la deuda crónica arruinara la soberanía y normalizara la necesidad del Estado de regirse en situación de crisis permanente. O, como lo llama la presidenta democristiana de la Comisión Europea cuando la producción estatal no alcanza para saldar el descubierto, «desbloquear las ayudas». Como evidencian la distracción de las contraprestaciones estatales (malbaratar la hacienda y la mano de obra nacional para acceder a las ayudas que recibe el Estado) y la inelección de la jefatura del Estado, de la presidencia del Gobierno y del resto de enchufes en los diferentes niveles administrativos público-privados del continente, el pueblo NO es responsable de las aptitudes de los dirigentes ni de sus actitudes, dado que no ejerce control ni poder sobre ellos una vez que acceden al cargo. Y tampoco de las deudas que contraen, por mucho que se limite a posteriori el techo de gasto. La España republicana no paga la juerga borbónica.
Mientras el rescate a la banca para no pinchar la burbuja financiero-inmobiliaria derivó en la austeridad, entendida como recorte progresivo del «gasto social» que desencadenó el resto de recurrentes crisis o plagas bíblicas imposibles de evitar según los dogmas oficialistas, los rescates a los grupos de presión de los ámbitos farmacéutico y militar se han traducido en agravamiento del recorte de partidas humanitarias (en favor de las coercitivas y las belicistas bajo la soflama de la «seguridad nacional») y aumento de la inflación sin la correspondiente subida salarial, reduciendo significativamente las posibilidades económicas y sociales de la mayoría. Lo que evidencian todos los rescates es quiénes son los paganinis y quiénes no: de un lado los vulnerables que ven mermada su protección (trabajadores de la nación y del Estado social y democrático de derecho) y del otro los esenciales que ven amplificado su armamento para ejercer por vía de urgencia la lucha entre clases (empleadores de la nación y del Estado mínimo ideológico y represivo). No deja de ser revelador que lo que publicitaron como solución a la crisis capitalista de nunca acabar y denominaron «inclusión digital», la internet de las cosas y de las personas cuya implementación no es sostenible desde el punto de vista ecológico y cuya gestión administrativa es transferida al sector privado del decadente imperio del malware y el spyware, traiga aparajeda la «escasez real», la reducción de la capacidad productiva y logística, el empeoramiento de las condiciones de vida y la exclusión social de los no esenciales (restricción y demora de la atención sanitaria, despersonalización de la educación y de la Administración pública, pérdida de poder adquisitivo, de derechos y protecciones laborales, de libertades fundamentales, cainismo vecinal, etc.). En defintiva, el desmantelamiento de la «seguridad social». En la mente de quienes nos gobiernan, inclusión digital quiere decir exclusión social. Vivan las caenas virtuales.
Si observamos el mecanismo de ayudas a los Estados para la resiliencia1↓ de los oligarcas europeos, con la «extraordinaria y urgente necesidad» (art. 86 C. E.) justificada oficial y unánimemente por todas las marcas electorales para la recuperación de «la crisis ocasionada por el Covid-19» que estaba por venir, notaremos que las cantidades negociadas en contraprestaciones y préstamos en condiciones favorables para la banca privada NO guardan relación con la población que se iba a ver afectada por el enemigo y SÍ con la ausencia de soberanía económica, con la evolución del PIB, con la financiación de los sistemas de salud2↓ (modelo Bismarck de cobertura limitada frente a modelo Beveridge, financiado con el impuesto sobre la renta acorde a los derechos humanos y paulatinamente parasitado por el sector que persigue la ganancia) así como con el marcado carácter confesional de los Estados subeuropeos que conservan sus convenios con las Iglesias católicas apostólicas, romana y ortodoxa, desde los tiempos de Salazar, Mussolini y Franco. No fue ninguna sorpresa que Portugal, Italien, Griechenland und Spanien (PIGS), fueran los peor parados en el balance de incidencia viral y futuro hipotecado. Huelga decir que los fondos no sirvieron para que los vulnerables de las residencias de ancianos de toda la geografía europea fueran derivados a hospitales.
Sobre la solución vacunal, el rastreo digital y la implementación de pasaportes sanitarios, poco que decir una vez testada su necesidad y su funcionalidad para mayor seguridad del descerebrado lobby de los tenedores de capital. Seguir riendo las gracietas a los oligarcas occidentales sería levantar un muro insalvable para las clases populares de todo el globo y, eventualmente, para los oligarcas orientales a los que ahora también azuzan en nuestro continente. San Petersburgo, Moscú y Volgogrado son hoy más Europa que nunca, mucho más que Washington, Londres o Canberra, máxime cuando se constatan en Ucrania las mismas tácticas NATO asesoradas a los terroristas integristas que ya fracasaron en Oriente Medio y que sólo sirven para hacer negocio y adulterar la competitividad económica que defienden, no sin trampas. Con los talibanes, orientales u occidentales, usados igualmente como carne de cañón, básicamente por ser cortos de entendimiento. Su sacrificio sirve para lucrar a la industria militar y desgastar al enemigo de turno en el territorio de turno (lejos de EE. UU.), con todas las partes siendo perfectamente conscientes del desenlace salvo los inmolados, que interpretan el papel de hijo de puta atlantista del momento. La OTAN sólo está en el lado bueno de la historia durante el presente. Con los precedentes de Somoza en Nicaragüa o Gadafi en Libia (cuando Gadafi creyó ser amigo de Occidente), a Zelenski no parece haberle importado que la Von der Leyen le presente como uno de los nuestros. Otro arlequín como Guaidó.
Cuando ya no puedan camuflar la programada derrota de Ucrania (que confían poder mutar artificialmente a una guerra de guerrillas y sabotajes), la neverending crisis podrá volver a saltar a la faceta vírica; o a la climática, por el constante cambio en la inclinación de los polos geográficos y magnéticos; o a la alimentaria, igual que los neocaciques como Stoltenberg saltan de GAVI a la OTAN o los informáticos como William Gates III se convierten en biotecnólogos o granjeros. No es una teoría de conspiración, es la PRÁCTICA de conspirar constantemente contra el pueblo, sobradamente probada. La conspiranoia acontece oficialmente mientras la OTAN se encuentra en el lado bueno de la historia, y se torna realidad, se hace Verbo, unos años más tarde, cuando se confiensan los secretos oficiales o los escasos periodistas (que no propagandistas) filtran documentos o imágenes, sin llegar a sonrojar a los cuentistas que para entonces habrán renovado un sinfín de veces el mantra a recitar, siguiendo a rajatabla el principio de renovación de la propaganda de Goebbels: «Emitir constantemente informaciones y argumentos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.» Del nazismo, el IV Reich aprovecha hasta los andares.
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