Un clavo saca a otro clavo y la «crisis ocasionada por la guerra» saca a la «crisis ocasionada por el covid». Al igual que cualquier otra crisis de mayor dimensión mediática que la anterior podría hacer borrón y cuenta nueva. O punto y seguido, porque la primera motivación arrastrada por la crisis en curso siempre va a ser la económica. Alguien se ha forrado, alguien se está forrando y/o alguien se va a forrar es la solución a cualquier enigma presente. En esta civilización todo se subordina al dinero, incluida la fe que mueve montañas. Véase la declaración pandémica y la desactivación de la economía, encomendando obcecadamente su «reactivación» al arreglo vacunal, privado y occidental, a través de autorizaciones y contratos opacos con farmacéuticas de más que sospechosa trayectoria. Como para no haber «clima de desafección» a combatir por parte de los Jefes del Estado Mayor… Desde el primer síntoma oficial hacia marzo de 2020. O véase la reestimulación del mercado laboral, ahora en el tercer año de la nueva era, tras el «paréntesis en nuestras vidas» anunciado por el jefe de Estado. Y no por huelgas o paros generales, sino por un virus con una letalidad similar a la de la gripe antes de la campaña pro Pfizer (USA), BioNTech (Alemania) y Moderna (Reino Unido), especialmente en la población activa con ventaja inmunológica sobre los ancianos dependientes.
Algo más de medio año después de «la pandemia de los no vacunados» (de nov. 2021) y dado que hoy saben a ciencia cierta que se contagian recién inmunizados, desde el CSIC nos trasladan que a lo mejor la ciencia farmacéutica privada había tenido un poco de prisa. Y es curioso, porque este fue el motivo que adujo Gates para no liberar las patentes, por cuestión de prisa y logística relativa a la distribución, conservación, caducidad y presunta actualización de las coordenadas genéticas de la proteína Spike del bicho de 2019, 2020, 2021, 2022… Los mecanismos de resiliencia de la UE se encargaban de cubrir el parón poniendo sobre la mesa casi un billón americano de euros a repartir y dosificar entre las oligarquías europeas (sus parlamentarismos) a modo de bótox rejuvenecedor de una docena de años y al tiempo que empezaba a descender la esperanza de vida al nacer. Si es que a alguien se le ocurre nacer con un futuro tan incierto. Ahora que ya vuelven a rendir los asintomáticos e incluso los sintomáticos con mascarilla, vivos de milagro gracias a las apremiantes inyecciones según el Santo Oficio de la verdad verificada por talonario, ya se puede hablar «en términos desestacionalizados» o número de cotizantes (o de cotizaciones considerando el pluriempleo).
Ya se puede vacilar desde la poltrona de Seguridad Social acerca de la caída de dos cientos mil empleos estacionales, porque al ser estacionales no hay que darles demasiada importancia aunque al mismo tiempo se pueda presumir de su repercusión en la afiliación media. Lo contrario que ocurre cuando sube la oferta de trabajo temporero (a jornada parcial o completa), que se anuncia a bombo y platillo la subida en términos de temporalidad y se ensordece el promedio. Porque aquí lo interesante es hablar en términos de ingresos fijos anuales por la suma de cotizaciones, el monto total y no el número de individuos que contribuyen, a los que el derecho al trabajo no les interesa ejercerlo en condiciones de manutención o esclavitud. El funcionario de nivel porelculotelahinco encargado de la sostenibilidad presupuestaria «independiente» en tiempos de Montoro, tendrá que retomar también su desempeño público-privado para el trasvase de cómputos y seguros rentables de la seguridad social pública a la cobertura privada, que para eso le han dado el poder ejecutivo en materia de Seguridad Social. Exactamente igual que ocurre en las carteras de Sanidad o Educación, el mercado no entiende de competencias gubernamentales si su campo de actuación no se circunscribe al reconocimiento de los derechos humanos, que abarcan el derecho al trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias, a la protección contra el desempleo (tan indefinido como el empleo), a igual salario por igual trabajo, a una limitación razonable de la duración del trabajo, a vacaciones periódicas pagadas, a unos niveles de salud y bienestar adecuados, etcétera.
De estar los fondos en la mochila pública de los trabajadores del pasado y los pensionistas del futuro, a depender de las instituciones particulares que volatilizaron la liquidez económica y se beneficiaron de la «crisis económica» sin más. Las que succionaron el capital a los ahorradores, el único capital que podían tomar puesto que el de los inversores estaba en los paraísos fiscales, a través de productos como las participaciones preferentes que servían al retiro dorado de los consejeros y a la retirada de las cajas y cajeros rurales. Mercado y cartera de clientes engullidos por la banca privada (junto a los de algún otro banco como el Popular de la iglesia terrateniente que saneaba las cuentas del partido Ciudadanos, asumidas por el Santander) para terminar dando un menor y en definitiva peor servicio relación necesidad/precio. El partido socioliberal es además experto en legislar para disfrute de la derecha alternante. En tirar la piedra y esconder la mano para la entrada de liberal-conservadores a la cacharrería estatal y salida de liberal-progresistas como mínimo a una oposición acomodada, nunca sin razón de causa mayor: la Unidad de las familias sindicadas en el Estado. España es de todos, pilla tu cacho, preséntate a elecciones.
Lógicamente, el estatuto dispuesto por el Gobierno de turno para empleados y empleadores (esclavos y negreros incluidos) no se iba a interesar motu proprio por la carga viral ni por la salud en términos asintomáticos del trabajador. El reconocimiento de la baja por enfermedad con la sintomatología de la «covid persistente» hubiera significado la exclusión laboral y social antes de la nueva era, incluso para los médicos que firmaran el documento administrativo acreditando los indicios catarrales. Lo único que puede mover al capital privado o al empresario (el generador de riqueza desde su humilde punto de vista) a cesar la actividad económica, es la rentabilidad. Ya sea afectada por intervención divina, del mercado o del Estado con sus decisiones y su narrativa. La oportunidad para el pelotazo farmacobiotecnológicodigital habilitado por la declaración plandémica junto al estraperlo de barbijos y códigos QR de los esenciales (los que seguían con libertad de acción) y quizás alguna startup sobre aerosoles. El resto los vulnerables, en algunos casos prescindibles.
El resultado está siendo la valoración por los suelos de los líderes progres de Occidente que enfrentan una siniestralidad laboral en aumento (cuatrocientas muertes en el primer semestre, una alza del 18% en España) con «infartos, derrames y otras causas naturales» como accidentes in itinere entre las principales razones expuestas por el ministerio de Trabajo. El de Sanidad no va a salir de «las vacunas salvan vidas», las occidentales, claro. Las vacunas que lo son y que son necesarias salvan vidas, el agua moja y el sol calienta, aunque no por igual sobre todas las cabezas. La vuelta a la nueva normalidad está consistiendo en una especie de regreso del futuro donde todo salía bien con gente en mode RNA, a la presente línea temporal paralela donde los antes enfermos asintomáticos son verdaderamente enfermos —deportistas de élite incluidos—, donde productos indefinidamente inacabados son llamados vacunas (¿se puede ser más antivacunas?) y donde políticos con chaleco antifragmentos y comandos militares teóricamente en representación de las diversas naciones occidentales, concentran sus esfuerzos en retener alimentos, atacar centrales energéticas y dinamitar embalses. ¿Qué cabría esperar de la inflación y del crecimiento, en países exportadores de armas y en los que no lo son, con el afán de descender la dedicación laboral salvo para guerrear?
Comprar el cuento del Green New Deal, «salir mejores» sin rechistar al dictado de una organización militar de terrorífico recorrido como la OTAN, en evidente conflicto de intereses con la industria militar anónima (materia clasificada por antonomasia), se ha traducido en más polución por causa de guerra y en encarecimiento de las facturas vitales y no de las nóminas que ya absorben parte del impacto inflacionario. También se observa la demanda de contratos a tiempo parcial por parte del trabajador y la aceptación del modelo «fijo discontinuo a tiempo parcial» ofertado por el empleador. Hasta marzo de 2022 (última actualización del Gobierno) había firmados en España cerca de medio millón de contratos «fijos discontinuos». Un incremento del 51,5% con respecto a marzo de 2021. El 45% de estos nuevos trabajos, a jornada parcial. Y en similar proporción, precarios en cuanto a retribución económica o al menos por debajo del salario correspondiente a jornada completa. Con la relación entre los contratos a jornada completa (indefinidos o temporales) y el total reduciéndose en 8 puntos porcentuales durante el último semestre registrado, cayendo hasta el 59% y siendo los contratos fijos discontinuos donde vienen a parar las jornadas parciales.
Ahí está patente la demanda de jornadas más cortas. Ya sea por compaginar estudios, por cuidado de dependientes, por incorporación progresiva al trabajo…, o también por emplear y gestionar más horas para poder tener más plata y dedicarla al tiempo libre en el nuevo estilo de vida tecnofeudal. Y mira que sólo habría que repartir el empleo para satisfacer la demanda. Sin embargo, hemos ido a inspirarnos al lyfestyle del sindicalismo amarillo y vertical de Starbucks o Apple y proyectado hacia la pluriactividad en estado de alerta indefinido para el trabajador. Vigilado por agentes, en principio respiratorios, para hacer observar la futurible legislación e inspección de pase digital e historial vital de los propios aborígenes. Llegado el caso, tan ilegales en su propio país como cualquier proletarius extranjero. Pobres hasta el extremo de sólo poder tener hijos, y, si Gates no se desdice de su vaticinio demográfico, ni eso. Él y Adahnom aspiran al estado de bienestar africano, empezando por la alianza GAVI. Como nos dejara escrito el profeta Evaristo en su profano evangelio (capítulo «Toda la puta vida igual», versículo «Que turututu, ay que tururú»): «Hay tanta libertad que no se puede respirar». O dicho de otro modo en otro pasaje de sus escrituras: «La moral prohíbe que nadie proteste, ellos dicen mierda y nosotros amén».
Nótese que con las reducciones de jornada se pierden horas trabajadas, cotizadas y remuneradas que no se traducen en pérdida oficial de empleo. Ni los informes públicos (registro de ocupados en el SEPE del ministerio de Trabajo y encuesta EPA para la Organización Internacional del Trabajo) ni los debates parlamentarios pueden ir más allá de lo que lo hace la opinión publicada acerca de considerar el empleo «precario», inseguro o plural. Ni siquiera quebrando y desmantelando la parte interesante de la Seguridad Social, como han venido haciendo desde el caballo troyano del concierto de Toledo, como era el aporte a un caja de resistencia común que tanto estorba a los que la vacían siguiendo criterios insolidarios. Porque en el modelo capitalista el trabajo siempre va a ser precario, el paro tiene la función orgánica de contener los salarios. Las recurrentes crisis cíclicas, con sus fracasos y sus éxitos inflados, conforman el todo del avance capitalista que el economista ruso Nikolái Kondrátiev describió en sus ciclos económicos de forma sinusoidal, reproduciendo sus bajadas y subidas en la línea temporal con un retardo en torno a medio siglo para los ciclos largos. Distinguiendo las fases de depresión y mejora en la función convexa (tocar suelo y subir como la espuma, en masa de burbujas) y las fases de prosperidad y recesión en la función cóncava (tocar techo y caer en forma de alud). Y reconociendo las sucesivas fases de prosperidad desde la máquina de vapor en plantaciones de algodón hacia el inicio del siglo XIX hasta las biotecnológicas y el mercado de la información de nuestros días, pasando por los pelotazos del ferrocarril, las siderúrgicas, las eléctricas, las energéticas, las químicas, las petroquímicas o los automóviles.
La invisible caída del telón de acero coincidió en la cresta de la ola de la prosperidad, lo que permitió al neocapitalismo (capitalismo ya sin contrapeso) arrasar desde Berlín en dirección oriental. Pudiendo atribuir y atribuyendo la depresión en las curvas económicas a los Estados salientes del Pacto de Varsovia: Albania, Alemania Oriental, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Unión Soviética además de la República Popular China, Corea del Norte y Mongolia como observadores y de Yugoslavia como convidado de piedra (el meridiano atlantista entonces, hoy Ucrania). Estados tan totalitarios como lo pudieran ser los occidentales entonces. Sólo hay que ver que habían admitido a España entre los selectos miembros del primer mundo (socio nº. 12 de la UE y nº. 16 de la OTAN unos años antes, de facto desde el asentamiento de bases militares a partir de 1953), o el caldeo del clima terrorista asentado en Europa tras la reconstrucción planificada por el general estadounidense George Marshall, premio Nobel de la Paz el mismo año del compromiso castrense entre Franco y el flamante presidente estadounidense republicano Dwight Eissenhower, y el mismo año que el pontífice vaticano Pío XII ataba el conveniente compromiso con el Estado español. El régimen totalitario de la Victoria pasaba de este modo a formar parte asimismo de la reconstrucción de la Victoria obtenida por los soviéticos (también frente a la laureada División Azul en Rusia), iniciada en agosto del 45 (los nazis habían firmado la rendición a primeros de mayo) con la baza del proyecto Manhattan en el que había participado Marshall como Jefe de Estado Mayor del Ejército, y los gratuitos ataques nucleares a Japón. Little Boy para Hiroshima y Fat Man para Nagasaki desde los Boeing B-29 Enola Gay y Bockscar estadounidenses.
Hoy es la herramienta económica la que guía al individuo y no la que está al servicio del generador de riqueza que es el colectivo de los trabajadores de diferentes rentas. La población «activa» que cuando deja de serlo no deja de tener atractivo para los carroñeros, en democracia bajo condiciones de libertad y justicia para serlo. Es fácil arrogarse el mérito de un pequeño porcentaje de inflación que posibilite el crecimiento sostenido a la manera alemana, que no puede desviarse más de punto y medio del promedio de los países con peores registros según la política económica y monetaria del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Maastrich, punto máximo de inflexión continuando la conjetura de Kondrátiev, con el siguiente máximo económico no antes de 2040 (probablemente retardado por la hipervitaminosis de nuestros días). Y es además cómodo derivar la hiperinflación a pensadores rusos ya fallecidos o en la lista negra, dadas las facilidades a los primeros ministros europeos para disipar su responsabilidad en la subida de precios. Entre los obligados factores o dogmas (que la mayoría de líderes y partidos políticos europeos no han cuestionado siquiera), la inyección de liquidez, la pandemia, la guerra armamentística, la de sanciones económicas, la supuesta agenda climática… Lo que haga falta, oiga. Viendo la relación entre el desempleo y la variación de los precios se puede observar que mientras crecen los precios disminuye el paro, aumenta la dedicación laboral. Y que la reducción del coste de la vida está asociada a un aumento del desempleo (o descenso del porcentaje de empleo), disminuye el esfuerzo dedicado. El sueldo que no está blindado automáticamente a la inflación, que no siempre puede ser negociado por el trabajador y que está siendo absorbido, forma parte de la inercia necesaria para alcanzar la nueva relación de fuerzas en el siguiente momento de reequilibrio. Está relación entre inflación y desempleo viene descrita por la curva de Phillips, fiable en el corto plazo y con riesgo de estancamiento prolongado a la larga por cuestión de reducir la inflación excesiva (ya no deseada).
La economía puede seguir sin crecimiento por tiempo indefinido pese a sacrificar parte de la fuerza bruta (en trabajadores o en horas), como acaba de ocurrir en EE. UU. durante dos trimestres consecutivos. La amenaza de estanflación no puede demorar mucho más la subida de los tipos de interés en la Reserva Federal estadounidense y su red atlantista de bancos centrales. Se trata de absorber el impacto de la reactivación económica con un interés manipulado, bajo o nulo (las inyecciones repartidas entre los países enfermitos que necesitan suero que luego va a revertir en la fuente), y al mismo tiempo controlar el balance económico-social mientras declina la curva y se inicia la depresión que termina en la cuenca. Para volver a remontar el proceso com impulso monetario. Una de las ventajas que tiene sacar dos carteras del Ministerio de Seguridad Social y Trabajo es la de marear al personal de la una a la otra. Escrivá nos recuerda que todavía tienen que determinar el salario medio en España para actualizar el SMI al 60% de esta cifra y que concierne hacerlo al ministerio de la vicepresidenta segunda. Vamos, que está haciendo política como Rajoy, que tocarse los huevos a dos manos y dejarse llevar también es una opción. No es que el tema de los contratos fijos discontinuos sea el quid de la crisis sin fin, pero sí sirve para determinar si se está llenando el vaso o el contenido está yendo a otro continente. Para cuantificar la «mejora» por la mínima de la vida de la gente en unos supuestos, constatar el mantenimiento de las condiciones en otros y para directamente restar el empeoramiento en los ministerios imprescindibles para la troika de las mordazas y cadenas por el bien de la «seguridad nacional». La misma troika de los Men in black —hoy Women in black (Von der Leyen, Lagarde/De_Guindos y Gueorguieva)— que rescata y premia por ello a los malos desde 2007 en adelante, y a los que se apresuran a sacar la responsabilidad de lo que ocurre ahora: deuda odiosa y viciosa, ausencia de soberanía económica, energética y alimentaria, capacidad y servicios sanitarios, etc.
Había que «acabar con la temporalidad» y el concepto «de duración determinada» sustituyó al término temporal. Igual que «indefinido» sustituyó a permanente cuando el trabajador todavía era un caballero armado con el escudo de los días por año trabajado que tantas estocadas ha parado, y con la maza de poder cambiar de oficio y de jefe por voluntad propia, encontrando además curro en dos semanas. Contrato permanente, contrato temporal y contrato intermitente (que se entiende mejor que «fijo discontinuo»), conforman los tipos que la legislación laboral española dispone atendiendo a la estabilidad. Atendiendo a la aptitud del trabajador, los agentes sociales ofrecen a contratantes y demandantes el contrato formativo adecuado al nivel de estudios y también a la discapacidad. Es indicativo que se haya terminado imponiendo el calificativo «indefinido» para denominar al contrato por excelencia. No definido, indeterminado, que no tiene término. Pudiendo la situación laboral verse amenazada en un santiamén por influencia de agentes externos como la inflación o el propio desempleo, artilugios si son manejados. No digamos ya de una pandemia, de una guerra o de una crisis de nunca acabar. Nada que ver con acuerdo «permanente», que sí alude específicamente a la variable tiempo (al igual que «intermitente») y que, sin agentes externos ni crisis sin fin, asegura la continuidad laboral y favorece la convivencia pacífica.
Hay que recordar que es la trinca formada por patronal, Gobierno y sindicatos la que, no sin reconocida empatía entre sí y el ejecutivo europeo, representa desproporcionadamente los intereses de los trabajadores de la nación en el Estado. Salvo en régimen orwelliano o bajo estado de excepción, los intereses de los «agentes sociales» (empresas y sindicatos invitados a la subvención por el Gobierno) no pueden acercarse ni de lejos a los intereses de la inmensa mayoría de la población activa (asalariados, la inmensa mayoría del sector privado). ¿Por qué si no «mesas de diálogo» en la forma y materia que deciden en la bodeguilla de Moncloa teniendo la proporción de las Cortes con luz y taquígrafos para ello? ¿Y la representación territorial que también se presupone de sectores económicos en el Senado? Ah, que no caben todas las opiniones en las «mesas», por ejemplo la de los mineros antes de sustituir su carbón por el de Alemania o Marruecos. Así que prosigue el caos desinformativo y la militarización de lo civil. La incursión militar en el ámbito municipal mediante la figura del «agente covid», con visos de adaptarse en los municipios e ir mutando como nueva variante burocrática a considerar, a caballo entre el agente social y el agente municipal pero con más jurisdicción que el policía de balcón para la exaltación nacionalsanitaria y la tasa de penitencia a soportar en el mundo terrenal. Una especie de alférez provisional de la cruzada por el Movimiento de las colas del hambre y las jeringas.
Se ve que el aumento de porcentaje anual de producción interior destinado a Defensa ya ha empezado a dar frutos, sustraído forzosamente de otras partidas no bélicas y no clericales en un panorama de deuda crónica que duplica la disciplina y la media europea. El suicidio por éxito para volver a renacer, porque aquí ya no hay ave fénix que levante las curvas de deuda y déficit ni el decrecimiento que los yonquis del dinero llevan postergando años con chutes económicos para no soltar el mando. Hasta el punto de no tener siquiera un chivo expiatorio sólido. Maduro, Kim Jong-un, Putin… Con la credibilidad por los suelos, Xi Jinping les queda. Los Estados europeos siguen en este sentido la estrategia de diferir, de aplazar, de no hacer nada diferente a cuando tuvieron que componer el estropicio de las hipotecas de riesgo, con las posibilidades decididas por la banca rescatada, a la que corresponde el sacrificio futuro y el esfuerzo inmediato. Posiblemente por ello el máximo representante europeo en Exteriores, el incombustible Pepe Borrell que pedía «hacer más» respecto a la «brecha de la vacunación» y coreaba el mantra de la OTAN más unida de la historia, dedica ahora el dinero de los europeos a la campaña «Quo Vadis Europa». Qué desgraciadita gitana tú eres teniéndolo todo, Úrsula de la O. Que de tanto acelerar y desacelerar sin lubricante se ha gripado el motor pensado como utilitario europeo, y sin Merkel que lo apañe, aunque poco podrían hacer aquí los «liderazgos». Los cantos de sirena «todo va a salir bien» y «son sólo quince días» anunciaban el sacrificio futuro y gradual antes de tornarse en cánticos ultras contra los no jeringados. No bajen la guardia ante los endémicos embusteros que jalean a los incautos pertinaces, que vienen cuestas.