Había escuchado con anterioridad a periodistas y políticos prostituir una palabra tan hermosa como es liberal -pienso sobre todo en Inda y Aguirre, al menos deberían anteponer el prefijo neo- pero en esta ocasión, y es por lo que me he decidido a publicar esta entrada (además de escuchar a Arrimadas decir a Puigdemont que será el primer responsable de todo lo que pase), me he encontrado con el fenómeno opuesto, es decir, atribuir un vocablo malsonante por definición, a un concepto de connotación positiva. Estoy hablando del término golpistas referido por extensión a quienes quieren decidir en las urnas, ya sea en una u otra dirección, la soberanía de Catalunya (o Cataluña). Para dichos ciudadanos, a todas luces, democracia. ¿Había necesidad de emplear dicho vocablo (máxime después de la Operación Cataluña1 o la jugarreta del CITCO a través de El Periódico2)?
Como quizás no estaba al corriente de una nueva acepción, decidí ‘acudir’ al diccionario de la lengua española para buscar el término golpista y, por ende, golpe de estado, encontrándome con una única definición que el lector puede constatar: «Actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes«.
Lógicamente, me hice las siguientes preguntas: ¿Violenta? Hasta la fecha… Y Dios no lo quiera. ¿Rápida? Llevamos décadas con una cortina de humo que ha nutrido tanto a conservadores de ambos bandos que ha terminado por disiparse. ¿Fuerzas militares? No creo que nadie desee verlas intervenir en este asunto. ¿Desplazar a las autoridades existentes? ¿Pues no gobiernan ya? Y en todo caso, ¿qué parte se ha intentado apoderar de los resortes de la otra? ¿Acaso no estamos ante una clara tendencia centralista en lo que se refiere a competencias?
Supongo que también habréis podido escuchar a la diputada de Ciudadanos hablar de «error democrático más grande y más grave de la historia de Cataluña», obviando el error acaecido con anterioridad de apoyar un trasvase de poder que debiera haber ido en la dirección contraria y para todas las autonomías (o naciones).