Se van a cumplir ahora ocho años de la marcha de Andrés Montes, periodista y locutor deportivo que nos dejara en herencia aquello de «la vida puede ser maravillosa». La vida y la gente, desde Córdoba o Sevilla, hasta Calella o Pineda de Mar. Las personas también pueden ser maravillosas, a pesar de la sinrazón de apelar al odio que parecen imponer, en trayectoria vertical, de arriba hacia abajo, los poderosos. Porque sólo hay que mirar de dónde proceden los mensajes alarmistas, casi apocalípticos, para comprender la situación. El último, anteayer, nos llegó del rey quien, en primera persona del plural, tomó posición política y ubicó fuera de la ley a millones de ciudadanos que no son responsables del estropicio (hubiera bastado un guiño hacia ellos). Si quieren zurrarse, que lo hagan ellos, ¿o es que nos hemos vuelto locos? Como reflexionaba el agudo pensador, escritor, economista y sobre todo humanista, José Luis Sampedro: «¿La gente está loca? No, está manipulada». Sampedro se refería a los medios de comunicación como «medios de inoculación».
Percibo perplejo acusaciones de adoctrinamiento territorial, por ingenuidad o ignorancia en unos casos y por vileza en otros, cuando, como bien indicaba el propio Sampedro, para muchos un referente en valores morales, «la educación que hay ahora es una educación para crear no hombres y mujeres libres, si no productores y consumidores, nada más. Desde el jardín de infancia se empieza a indoctrinar, a enseñar el pensamiento único, a enseñar el dogma, no a pensar por uno mismo, no a reaccionar ante lo que se ve, no. Que se aprenda la doctrina oficial.». Resulta obsceno, que en España, con la más que evidente imposición de dogmas en materia de religión, monarquía o la propia historia del país —llegándose a publicar en libros de texto que Machado «se fue a Francia con su familia» o que Lorca «murió cerca de su pueblo durante la guerra»—, se señalen adoctrinamientos en el laicismo, la república o la cultura de otros territorios.
Tampoco pasan desapercibidas en este país las prácticas goebbelianas de unos medios de comunicación prostituidos, la mezcla continua de falsedades con hechos reales desenfocados, calumnias que no importa que sean desmentidas debido al bombardeo incesante de noticias, y que inevitablemente acarrean una desconexión de los ciudadanos. No son pocos los que han comprendido hace tiempo que son los poderosos, esos que ahora nos alarman y se hacen pasar por indignados al ver peligrar su posición elevada, los que opinan y manipulan por medio de los medios.