
«When the missionaries arrived, the Africans had the land and the missionaries had the Bible. They taught us how to pray with our eyes closed. When we opened them, they had the land and we had the Bible.». Rolf Hochhuth .
Desde la «operación defensiva» de Putin en Ucrania (defensiva de la NATO y su ampliación que no cesa tras la caída del muro de Berlín, no así del telón de acero y de la guerra híbrida que permanecen), hemos visto en las redes sociales, porque en la televisión no (la censura es terrible en la Europa de los veintisiete), una difusión creciente de movilizados contra su voluntad para ir a la guerra, al frente que quieren las élites, a primera línea si la lengua materna es rusa y su óblast quería autonomía (la principal diferencia entre rusos y ucranianos es que a los rusos les importan los civiles). Al principio para denunciar el «secuestro» legal, y de un tiempo a esta parte para enorgullecerse de haberse zafado de los reclutadores del guiñapo jefe del régimen de Kyiv, un régimen que accedió de forma tirana al poder en 2014 por injerencia estadounidense (¿quién si no?), que ilegalizó a los opositores a la corrupción y que ya no celebra elecciones ni puede hacerlo (tampoco negarse a seguir guerreando haciendo rico a alguien) sin permiso de quienes pagan las facturas. BlackRock les condonó deuda, para qué pagarse a sí mismos, ¿verdad?
La injerencia rusa es oficialmente tan intensa que, pese a la censura, el prorrusismo o antiamericanismo no sólo no mengua si no que crece y ‘gana elecciones’ y candidatos en torno al virtual telón de acero descorrido en Ucrania, que lógicamente son deslegitimados por los sicarios mediáticos y policiales-judiciales del jardín europeo. Lo vemos en Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Georgia… La opinión pública no existe, es opinión publicada, máxime si la opinión es internacional (cuestión de Estado). La libertad de expresión necesita de la libertad de pensamiento y sentimiento. La cuenta de la red social X (antes Twitter) vinculada a este blog, ha sido «suspendida» por incumplir las cambiantes normas de Musk (las disfunciones para los usuarios que no contribuyen a su causa son norma desde su llegada) concernientes al dichoso «discurso de odio», que no llega a delito pero que abunda en la autocensura y en la negación del pensamiento propio e innato (por algo lo tendremos). Figura prejurídica, el harmful speech o discurso dañino, que atañe más al uso y costumbre que tratan de imponer los menos, asentada bajo mandato de los yeswecanistas. ¿Cuándo es dañino y a quién hace daño? ¿Quién lo decide? ¿Ayudar a los ucranianos movilizados (o a los palestinos concentrados) con la difusión de sus vídeos es incitar al odio? Doy fe de que sí, los desbloqueos de cuentas y de ayudas a cambio de ser humanamente degradado, son la norma de funcionamiento de la Unión Europa asaltada propiciamente por Von der Leyen (invariablemente la facción diestra del capital desde Maastricht). Obama y ZP (de la facción siniestra) ya habían avanzado en la línea de la propiedad intelectual, hoy el autor difícilmente puede ser propietario de sus propias obras. Netanyahu postea sus bombardeos contra civiles y no le piden que verifique que es un ser humano, como sí nos lo piden a cada momento al resto de los mortales.
Como recuerdo de esta circunstancia, y dado que este humilde cuaderno de viaje aspira a traducirse en diversos episodios nacionales encuadernados, adjunto a esta publicación la imagen del «Encabezado del perfil» que ha motivado la privación de mi libertad de expresión en la citada telaraña, con una viñeta de Carlos Latuff (suya es la simbología ¿de incitación al odio?) acompañada de una cita de Eduardo Galeano (del libro «Ser como ellos y otros artículos») sustituyendo «Biblia» por Agenda 2030, dado que funcionan como sinónimos. Sólo hay que ver los sondeos que realizan para constatar la creencia en el evento del momento, mientras rezan «cree en la ciencia». Para, al cabo de unos años, incluso meses, constatar que las «teorías negacionistas» eran las buenas con la pandemia, las infancias trans, el imperialismo de Putin, la senda hiperinflacionaria, la huella de carbono…, y lo que venga, que vendrá como crisis/estafa para quedarse. Referentes antifascistas como Latuff y Galeano han pasado de un plumazo de simbolizar el discurso de amor que se opone al totalitarismo fascista, a ser la excusa para cercenar las libertades de pensamiento y expresión, porque así lo dicen las nuevas reglas de funcionamiento de una empresa particular que pondera más la agenda de «la Unión» que la constitución y legislación de cada Estado. Y las pautas del emergente Reich franco-alemán para interpretar los «delitos de odio» tipificados en los códigos penales de los países adheridos, nos dicen que se debe respetar la «ideología nazi» y considerar «la incitación al odio hacia tal colectivo» (lo hemos experimentado muchos, demasiados, en nuestras carnes).
Procede preguntarse, dado que la plataforma de Musk no da explicaciones de su censura más allá de una categorización, si en la viñeta de Latuff aparecen dos símbolos, la esvástica nazi y la cruz cristiana que sustituyó al pez de los pescadores de judeocristianos, y la esvástica nazi no es símbolo de incitación al odio sino de una ideología legítima (según los Estados de la UE), ¿está diciendo X (antes Twitter, tan sionistas como Facebook) que la crucifixión es símbolo de odio (a no olvidar, lo cual es una obviedad)? Emergen vientos de cambio, de cambio climático que es lo que toca (más que urgir) en la agenda establecida por los inversores en negocios jugosos como son las necesidades básicas. El tecnofeudalismo avanza imparable y salvajemente con sus proclamas ecofascistas. Yo incito al amor y aviso, hasta que me dejen y me quede aliento. Y el que avisa no es traidor, lo es quien no avisa y verdadera y permanentemente incita a odiar (ahí está la Biblia para el que quiera huir de la realidad). Al antijeringas, a la transfobia que no existe, a la mujer feminista radical, a Putin, a Rusia, al magrebí, a los cuescos de las vacas, a las gallinas, a Miguel Bosé, etc. Odiar a todo bicho viviente menos a ellos, los que manejan a los Gobiernos con el capital necesario que asegure la «paz social», que lo hacen todo de cine hollywoodiense, sí o sí. En RTVE no puede haber otro relato. En la SER, El Diario, Público y El País o La Vanguardia, tampoco. En la otra bancada de medios sólo pueden señalar hasta Sánchez, no más allá del gestor de las emociones diferidas y transmisor e intérprete de las sombras de la realidad. Sin amor por algo, que implica odiar a lo que lo imposibilita, no hay moral que valga, ni soberanía ni dignidad ni futuro alguno. Si hay que decantarse por una sola «emergencia», no es una emergencia «climática», es mucho más dañida y emergente la ausencia de sentimiento y también de pensamiento y expresión.