Observando el actual panorama político en Europa uno puede darse cuenta del auge experimentado por partidos de extrema derecha en cada nación. El FN de Marine Le Pen en Francia, el PVV de Geert Wilders en Holanda, el DF de Pia Kjærsgaard en Dinamarca, LAOS primero y Amanecer Dorado de Nikolaos Michaloliakos después en Grecia, los Verdaderos Finlandenses de Timo Soini en Finlandia, el BZO de Josef Buchner en Austria, el UDC de Toni Brunner en Suiza, el JOBBIK de Gábor Vona en Hungría, el SD de Jimmie Akesson en Suecia, el VB de Bruno Valkeniers en Bélgica o el PP de Siv Jensen en Noruega, recientemente vapuleado en las elecciones tras la masacre de 77 personas a cargo de Anders Behring Breivik, miembro del partido, en 2011.
Todos son partidos abanderados de la identidad nacional que comparten una ideología basada en el autoritarismo y en la supremacía frente al inmigrante, paradójicamente defensora de la tradición cristiana. En los países que menos representación parlamentaria obtienen, alcanzan la veintena de escaños. Echando cuentas, una media superior al millón de votos por país, con una población censada muy inferior a la española en la mayoría de los casos.
Resulta un alivio saber que, en España, los ultraderechistas ‘no tienen’ a quién votar…