Mariano Rajoy Brey (25 Feb. 2008): «Quiero que esa niña, nazca donde nazca, reciba una educación que sea tan buena como la mejor. Quiero se pueda pasear por todo el mundo sin complejos, porque sabrá idiomas y porque tendrá un título profesional que se cotize en todo el mundo. Quiero que sea un heraldo de la libertad, de la tolerancia y de los derechos humanos porque habrá crecido en libertad y no tendrá miedo a las ideas de los demás y habrá aprendido a respetar a todos los que respetan la ley. Quiero que sienta un hondo orgullo por ser española, por pertenecer a esa nación tan vieja, tan admirable que le habrá ofrecido las mejores oportunidades, pero que habrá sabido ser exigente con ella para convertirla en una mujer madura y responsable.»
¿Recordáis aquel debate electoral donde Rajoy hablaba de la niña que quería para España? En realidad era una niña que ya estaba presente en nuestra sociedad, con el esfuerzo de —casi— todos durante muchos años. Sin embargo, con apenas 3 meses de mandato de Mariano Rajoy, la niña ya no es la misma, y ahora es golpeada y arrastrada literalmente por el suelo, por defender su futuro manifestándose por una escuela digna y en contra de un modelo educativo que deriva los recursos de la enseñanza pública hacia la privada, y que fomenta la segregación, diseñando un panorama laboral con pasarela a la empresa privada para unos y condenando a la precariedad de los empleos menos agradecidos o al paro al resto.
En mi opinión, hacer creer al electorado que se encaminarán las decisiones en una dirección y tras lograr el poder, hacer lo contrario, constituye una evidente falta de respeto, no sólo a la sociedad española, sino a la ley misma, pues se rompe el compromiso con la ciudadanía. Y si te manifiestas pacíficamente, y tus reivindicaciones, que no van más allá de las promesas políticas, son desoídas una y otra vez, y encima te apalean, ¿debes seguir respetando a quienes no han respetado la ley? La respuesta ya nos la dio el mismo Rajoy, «respetar a todos los que respetan la ley».
Pues bien, la protesta pacífica liderada por los chavales del I.E.S. Lluís Vives de Valencia para pedir una escuela digna, fue disuelta a golpes por los de siempre, como en los últimos meses, solo que en esta ocasión se trataba de críos de entre 12 y 17 años. Las justificaciones políticas y policiales han sido las que sólo se pueden esperar de gente sin escrúpulos y sin vergüenza: hubo violencia en las protestas estudiantiles, la izquierda ha agitado la calle, España no puede ser Grecia, UGT ha jaleado a sus afiliados, se produjeron excesos del lado de los manifestantes que no eran estudiantes sino radicales violentos, si el «enemigo» ataca hay que responder, …
Tampoco han pasado desapercibidas las declaraciones de la alcaldesa de Valencia, con ese odioso empeño en encasillar en «la izquierda» cualquier iniciativa ciudadana, pese a provenir de chavales sin edad para votar ni para tener definida una posición política. No se trata de posicionarse en «la izquierda» o en «la derecha» como pretende Rita Barberá, sino de mantener el sentido común en todo momento, sin dejarse arrastrar por intereses particulares.
Nos han engañado diciendo que iba a producirse un cambio, pero en realidad se está reforzando la misma estrategia, más cruel todavía, por la fuerza, privándonos paulatinamente de los logros sociales y llevando hasta el extremo el negocio de las necesidades básicas. Nos dicen que la situación era insostenible, pero sabemos que no. El problema era y es, única y exclusivamente, la insolaridad de un sector reducido, que no sólo destinan los fondos públicos al favorecimiento de sus empresas (con construcciones faraónicas, innecesarias y desproporcionadamente costosas, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el aeropuerto de Castellón, Terra Mítica, o eventos como la fórmula 1 y las regatas, que sólo terminan rentando a los amigos de Zaplana, Camps, Fabra y Barberá), sino que se endeudan hasta el máximo posible —con nuestra tarjeta de crédito—, cuidándose además de que los beneficios de la empresa privada no se vean mermados tras su paso por el erario, con escapatorias fiscales que sitúan «a esa nación tan vieja y tan admirable» en los últimos puestos del ranking de porcentaje tributado.
¿Cómo pretenden que los estudiantes del Lluís Vives y del resto de colegios e institutos públicos de España permanezcan en silencio viendo el panorama? ¿De dónde vamos a sacar el dinero para la educación de nuestros hijos si queremos que el día de mañana encuentren trabajo? ¿Cómo se puede retener en comisaría y tratar como delincuentes a chavales que luchan pacíficamente por su futuro? ¿Por qué no se exigen dimisiones con esta sinrazón? ¿Tenemos que transigir con un gobierno que ampara a quienes agreden a nuestros menores? Y si los chavales son el enemigo, ¿quiénes son los niños de Rajoy?