La perdición

Decía Hesse en Mi Credo al respecto de la tradición dogmática, de la Unidad y de los grados de desarrollo en el género humano, que existe una sola Humanidad y un solo Espíritu, a cuya contemplación se accede por vía de la inocencia de la etapa irresponsable, la culpa relativa a la maduración de los ideales humanos por la cultura, la moral, la religión…, y la irremediable desembocadura en la desesperación por la asimilación de la inaccesibilidad a la bondad y la justicia, que deriva bien en el fracaso en que consiste la perdición, bien en la liberación de la fe (pudiéndose desandar el camino entre fases). Fe, o confianza, que por la propia concepción de su significado, ni puede ser impuesta, como defiende por ejemplo el anabaptismo, ni cuyo alejamiento puede ser reprimido con garantía de éxito para los adoctrinadores o los castigadores, y que se traduce en el reconocimiento de la forma más elevada de irresponsabilidad por parte del individuo ante la imperfección del mundo y la inmensidad de lo establecido, asumiendo que «algo» por encima de nuestro conocimiento nos gobierna y en cuyas manos podemos abandonarnos.

  Desde la inopia que confiere a los siervos el desconocimiento del funcionamiento de los resortes que tratan de mantener a la mayoría en el paraíso infantil en una nación a la moderna como la española, humanizando como ejercicio simulador la cuestión del teocrático establishment para ubicar a los gobernantes en alguno de los estadios citados, se terminan forzosamente descartando las fases de pureza (inocente o revelada), enfrascando a los contratistas de asesores electoralistas para mantenimiento de la pluralidad en candorosa actitud (en condición de cedidos por la columna derecha de Hércules, la que reza Ultra, del simbólico lema Non Terrae Plus Ultra acortado por Carlos I), bien en la pugna entre el bien y el mal, bien en la resignación o desconfianza derivada del descarrío de la fe. Dichos analistas para mal de la vulnerabilidad social son los encargados de otorgar presencia en las reivindicaciones populares a pesar de no haberlas favorecido históricamente, con votos y alianzas contrarias a las mismas, mostrando únicamente interés en las demandas (y no necesariamente en la conquista de las mismas) cuando se vislumbra el negocio o es inevitable la subvención. Cuando además no existen propuestas claras y mínimamente sensatas para el tejido productivo o el papel de la Universidad más allá del fomento de la oscurantista y desleal competencia (antagonista de la fraternidad), reinando la inconcreción en cuanto al modelo de sociedad, queda probada la absoluta nulidad del ofrecimiento como servicio público.

  El «acuerdo para un gobierno reformista y de progreso» celebrado por los medios de inoculación elitistas en febrero de 2016 tuvo al PSOE y a Cs como protagonistas, pero bien pudo haber sido interpretado por el sostén ultra saliente al caracterizarse por incentivos fiscales para la patronal y la inclusión de cláusulas y propuestas de países con diferentes sectores estratégicos en orden a favorecer la inversión que acapare la financiación estatal, como mero asentamiento colonialista que prorroga tradicionales sinecuras en lugar de afrontar la gran dependencia energética del servicio turístico y hostelero en condiciones de crisis climática cada vez menos favorables que claman por la emergencia de un tratamiento de los recursos naturales renovables. Destaca asimismo la ganancia de facultades para las Comisiones Nacionales de los Mercados ahondando en el desenfoque humano del clasismo social con la desgravación de las rentas altas respaldada por la periódica supervisión de un mínimo crecimiento del poder adquisitivo, y la apuesta por afeites constitucionales en oposición a la democracia participativa y orientados al detrimento de las cámaras con competencias territoriales, las Diputaciones de las vigentes circunscripciones electorales y el Senado de la designación de un senador y otro más por cada millón de habitantes por la asamblea legislativa de cada Comunidad Autónoma (amén de las asignaciones comiciales establecidas en el artículo 69 del Título III con el favorecimiento insular que mitiga sus tentaciones nacionalistas).

  Argumentos que evidencian las formas de gobierno y de estado pretendidas, así como el tipo de sistema sanitario, con el acercamiento de la socialdemocracia (o «valores vinculados a la historia del socialismo democrático» como redundó en la justificación del acuerdo para el «cambio político» Sánchez Castejón) que todavía sopesa la rentabilidad en todos sus ámbitos de los cuidados paliativos y la muerte digna, hacia el seudoliberalismo que ya hace tiempo adoptara el alquiler de vientres para abarcamiento plebiscitario e infiltración en el colectivo lgtbi. Logros constitucionales de mínimos frente a deberes ciudadanos de máximos, con una Carta Magna escrita en sentido figurado para los españoles a excepción de los artículos de inspiración teutona que terminan en cinco, como demuestran la ausencia de reparos en los paladines del rescate al sistema bancario a la hora de culpabilizar de su destino a los individuos desahuciados por las impenitentes entidades beneficiarias, y la manifiesta intención de adoptar la práctica griega de bonificar con 50 escaños a la lista más votada —recientemente demostrada eficaz para los intereses de la ideología menos votada (43,55% frente a 48,37% de voto válido, traducido en 56% frente a 44% de escaños respectivamente)—. En Grecia, Syriza, a pesar de aprobar la ley que derogaba el bonus , no logró recabar los dos tercios del parlamento helénico necesarios para anular la disposición preferida por la coalición de conservadores y PASOK que le hubiera dado la posibilidad de conservar el gobierno tras las presentes elecciones. Mientras, en España, gracias al margen constitucional de «un mínimo de 300 y un máximo de 400 diputados», carcunda y PSOE ya sintonizan al respecto de un cambio de la norma electoral para que nada cambie, o gatopardismo otrora adoptado para el sostenimiento de privilegios principescos con el abrazo de la monarquía constitucional que privó de sus prebendas en Italia a los Borbones.